jueves, 8 de octubre de 2015

MARCELO DANIEL FERRER




Amor y pubertad



Más allá de la ventana, el trigal...
Con sus nostalgias de pre mocedad.
El viento mece las espigas
Y olas amarillas van y vienen
Con sincronizado desdén.
Las pajosas cabezas de los espantapájaros,
Como puntos de i,
Asoman imperturbables su eterno silencio.
Un metal imita mi queja, preso del molino
Que debe su vitalidad al viento.
Alguien lo puso ahí hace tiempo
Al quitarlo de un yelmo...

La ventana da a un huerto en torno a un sauce
Donde en desveladas noches de reposados aires
Iban mis padres a abanicarse.
Tras el banco bajo el sauce,
El portal que da a la calle.
Hay voces tras la cerca rememorando romance.
Vereda abajo, los matorrales.

De un espantapájaros era amigo;
Y junto a él, pasaba mis horas de niño... abstraído.
Él me conversaba con sus brazos extendidos
Dándome consuelo hasta haberme dormido.
Mi empajado amigo, la tarde de aquel domingo,
Rumbeaba junto a mí por la hondonada de los olivos.

Domingo verde de olivos y mar.
Ojeada fugaz que en un remanso del alma hubo de anidar
Cuando sus ojos de jade dispúseme a mirar.
Y cobró vida la huella tras el portal,
Y calle abajo... cobró vida también el matorral.

Como el molino que ama al viento aunque esmerile su cuerpo,
Amo a la profana del paso procaz,
Que se llevó mi puericia para siempre jamás.

Y de jade fueron los paisajes de mi ventana hacia el trigal...
Y la cerca, a la calle; umbral del cielo al verla llegar.
De pronto era un pez en su colosal mar;
De pronto ahogado en un charco junto al ventanal.
De pronto apabullando los jaramagos del matorral;
De pronto invisible a su dulce mirar.

Niñez frugal que partió de sus labios
Con el rumbo incierto del amor fugaz...
Pero anillado de escamas como un pez de mar,
Sigo preso en su mirada que a veces vuelve... otras, se va.



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