(...)
Por
las hojas de plátano goteaba la luz de la tarde.
Caminábamos a la vera del río, entre
mujeres que
lavaban
camisas de cañeros y palabras secretas.
¿Cuáles eran nuestros nombres, cuáles
nuestras alianzas?
Desconfiábamos de la calma en los troncos
de
árboles
muertos bajo el tapiz de las hormigas,
nunca supimos cómo llamar a los pájaros
bulliciosos
de
los manglares.
Ahora
llueve. El aire es un mal presagio de la soledad.
Los niños en el río son como apariciones de
otro mundo.
No hay ruidos, salvo la noche en los
cañaverales.
Esto sucede y ya no andamos aquellos
ardientes
caminos.
Esto sucede, ¿qué nuevos silencios pueblan
tu
casa en el horizonte?
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