sábado, 3 de septiembre de 2016

CARLOS APREA




López Selección



Carga contra el olvido en cada copa,
bebe para recordar que bebe,
para tener un recuerdo cierto,
lo que dura su brillo en las pupilas.
Nunca es tarde
cuando la desdicha es buena.
Ríe. Alguna vez trabajó en algo,
alguna vez gozó en su propia cama. Me dice:
la mujer empuja y el hombre está en llanta.
Amargo, Epicuro emerge del alcohol.
No hay bares en el barrio ahora,
se fueron los valientes Caballeros
de la Botella, maestros de bota y damajuana.
Se fueron a otros bordes,
con caballos y potreros
y la virginidad perdida
de las muchachas.
Ellas consumaron su primer ardor
y se fueron,
lo dejaron pagando
su ración de vino malo.
Ya no hay códigos de silencioso
brillo ni cuchillos de temple criollo,
esos que entran en la carne
y sacian la sed, mirando escapar
la sangre ajena, la sangre
de un traidor por ejemplo.
No hay más bares, me dice,
tetra en mano, un tigre viejo, esperando
que le devuelva un gesto
de complicidad y me vaya,
esperando que pase el tren,
aquí, donde no quedan ni las vías.



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