Raúl
Dónde
andarás Raúl,
por
qué difícil cálculo.
La
tierra, al fin, sigue anchísima y ajena
y no
te alcanzo a ver por el google earth.
Juntos
comenzamos a explorarla
remontando
en verano el Maldonado
y fue
nuestro el festín de garzas y flamencos,
nuestra
patria primera, sin fronteras ni ley.
Y
siempre tu rostro,
sin
dudas ni jactancia alguna
que
te hayas permitido;
un
cruzado que siempre entrevió a Dios
en el
horizonte
de su
propio esfuerzo;
los
demás hacíamos lo nuestro,
lo de
todos: dudábamos,
vagueábamos
o nos enredaba
el
diablo en las diagonales
más
sórdidas del centro.
Cómo
andará tu fe prodigiosa
en
las virtudes de la técnica,
el
progreso como un horizonte luminoso,
lejos
de la miseria y el temor,
que siempre
golpeó más a los morochos,
aseguraba
tu madre;
cómo
andarán tus superhéroes
y
nuestras estampillas: mares lejanos,
animales
fabulosos, países de nombres
sorprendentes;
dónde
guardarás esa placa de bronce
de
los ferrocarriles ingleses del Chubut,
juntos
la arrancamos de una máquina
muerta,
una ballena de hierro en
pleno
Puerto Madryn, “Manchester 1888”,
nos
pesaba como una culpa;
o
esos trozos de carbón
de
coke que desenterrábamos
entre
las vías muertas del baldío,
mientras
soñábamos mansamente
con
el porvenir. No eran tiempos
para
entender demasiado,
ni
vislumbrar la tempestad en ciernes.
Tanta
agua pasó
que
no quedaron puentes entre
tu
vivir y el mío, sólo alguna
foto
escolar, el sonido
de tu
nombre llamándote
desde
el jardín,
frente
a tu antigua casa,
atrás
del descampado y el olvido.
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