Nada sabemos salvo el desencuentro
Simulo
distracción mientras agito otro tiempo
que
inflama el corazón del amanecer.
Cierro
los ojos e imagino los signos
de un
lenguaje universal.
Busco
razones
mientras
palpito tristezas
derramadas
en las grietas
de un
espacio perplejo.
Cuando
el alba abre caminos,
absorta,
la lucidez se espanta.
¿Con
qué veneno ahogamos la insistencia
y la
ilusión, si de nadie es la luz de la distancia?
Ninguno
es dueño del color con que atardece.
La conciencia
navegó milenios para llegar aquí
y
forzó un hombre aturdido
en
medio de las piedras.
Hay
alamedas heridas de sed,
pájaros
con estertores de pánico,
pequeños
peces luchando contra el invierno.
Pero
hay manos de mujer
a lo
largo de mi espalda
que
mitigan la ferocidad de la vida.
Así
siento las caricias y los desaires.
Ahora
los años acosan para siempre,
y son
apenas silencio
en el
fondo de un gesto.
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