Marsella, 9 de mayo de 1891
Aquélla
–mi pierna derecha– cuántas
ciudades
recorrió, cuántos países...
Juntos
cruzamos los Vosgos a pie;
fuimos
tras un circo ambulante desde Hamburgo
hasta
Suecia; más tarde a las canteras
de
Chipre y a los puertos del Mar Rojo.
Y
nunca pensé en ella hasta esa noche
en
que el tumor me dijo que no iba a seguirme
ya
más, en que entendí que se me haría
desde
entonces cada vez más extraña,
del
tiempo del ajenjo y de las letras.
Como
un paraguas que por torpeza se olvida
al
terminar la lluvia, así la veo
ahora
solitaria en esa mesa
del
quirófano de la Concepción,
envuelta
en unos trapos manchados de sangre,
pálida
en la borrachera del éter
y
empolvada de sol. Quizá una hermana
de
hábito blanco más tarde vendrá
para
llevarla al crematorio. Poco vale
aquí
la pierna cancerosa de un francés
que
vivía del comercio en el África.
De: “Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que
se ama”
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