Ciudad en ruinas
He de
contar ahora que existió una ciudad
con
avenidas, con torres,
con
relojes.
La
sola brisa hacía repicar campanas
y los
maitines agujereando el sueño,
despertando
al sonámbulo,
indicaban
la hora de dar gracias al dios
benevolente.
El
tiempo no corría: danzaba.
Cada
minuto caía como diamante en el espejo
donde
el agua se movía tornasolada
por
la aurora.
Esa
era mi ciudad.
Ese
mi canto.
Ahí
los nobles corazones me sitiaban
y
aprendí a dar frutos con alas de libélula
que
escapaban en todas direcciones.
Algo
pasó después.
Cayeron
las campanas,
los
relojes,
las
avenidas se cubrieron de musgo
y he
aquí que ahora, mientras duermo,
es mi
sombra la que busca alimento
lamiendo
el frío reflejo de unos cristales
rotos.
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