Dos en el crepúsculo
Entre tú y yo fluye en el mirador
claridad submarina que deforma
el perfil de las colinas y tu rostro.
Amputado de ti, cada gesto tuyo
está en un fondo huidizo; entra sin huella
y se esfuma, en el medio que colma
cada surco y se cierra a tu paso:
tú aquí, conmigo, en este aire que baja
para sellar
el torpor de las piedras.
Y yo, derribado
bajo el poder que gravita en torno, cedo
al sortilegio de no reconocer
en mí nada que me sea ajeno; si levanto
el brazo apenas, el acto resulta
distinto, se rompe en un cristal, ignota
y empañada su memoria, y el gesto
deja de pertenecerme;
si hablo, escucho atónito esa voz
que desciende a su gama más remota
o apagada en el aire que la deja en vilo.
Como en el punto que resiste a la última
consunción del día,
dura el extravío; luego un soplo
reconforta los valles en un frenético
movimiento que en las frondas suscita
un tintineo que se dispersa
entre veloces humaredas y las primeras luces
dibujan ya los muelles.
...Entre nosotros
caen sin peso las palabras. Te miro
en un blando reverbero. No sé
si te conozco; sé que jamás estuve
separado de ti como sucede en este regreso
tardío. Pocos instantes han quemado
todo en nosotros: menos dos caras, dos
máscaras que graban, con esfuerzo,
una sonrisa.
De: “La tormenta y lo demás”
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