Viejo, uno regala tiempo todo el tiempo.
Uno
sale a encontrarse con nadie
a
desmentir el espejo que otro habita
a
farfullar una canción borroneada
a
luchar contra el ángel del olvido
a andar
sobre esta sombra que conduce a
nada
La
boca, una herida en mitad del rostro
Los
oídos, potes donde otro arroja sus babas
Las
piernas, dos grilletes cosidos hacia atrás
El
corazón, leño que no recibe fuego
Los
ojos, dos ratones que van por los rincones
Es
preciso regresar
antes
de que la propia sombra se hunda en la
noche
ahora
que toda orilla ha naufragado
cuando
las horas chorrean por las tapias
la
apatía sube las escalas
y el
espacio entra en uno y retira las
barandas.
Testarudo,
el fin se niega a comenzar,
ahora
que el olvido es mi no-invitado,
y este
olor que no despega,
y este
surco de niebla que trasiego
y este
invierno embozado en los
huesos,
y este
murmullo que mece la noche,
y este
polvo siena de junio…
Desear
es jamás,
ayer es
ahora,
hoy es
el eco de un puente caído.
¿Cómo
no querer,
cómo
olvidar
y que
el recuerdo nada traiga?
¿Cómo
decir nada,
no
tener ya palabras
y este
zumbido que crepita adentro?
¿Cómo
no buscar,
cómo
abandonar el deseo
y comenzar sin camino?
¿Cómo
seguir,
cómo
poder
antes
que no pueda?
¿Cómo
ir,
cómo
olvidar el fin
y
encontrar el día?
¿Cómo
trajinar esta ciudad sin antes haber
soñado?
De: “la promesa de los pájaros”
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