viernes, 22 de septiembre de 2017

SAMUEL VÁZQUEZ




Viejo, uno regala tiempo todo el tiempo.



Uno sale a encontrarse con nadie
a desmentir el espejo que otro habita
a farfullar una canción borroneada
a luchar contra el ángel del olvido
a andar sobre esta sombra que conduce a
                                                         nada

La boca, una herida en mitad del rostro
Los oídos, potes donde otro arroja sus babas
Las piernas, dos grilletes cosidos hacia atrás
El corazón, leño que no recibe fuego
Los ojos, dos ratones que van por los rincones

Es preciso regresar
antes de que la propia sombra se hunda en la
                                                              noche
ahora que toda orilla ha naufragado
cuando las horas chorrean por las tapias
la apatía sube las escalas
y el espacio entra en uno y retira las
                                                         barandas.

Testarudo, el fin se niega a comenzar,
ahora que el olvido es mi no-invitado,
y este olor que no despega,
y este surco de niebla que trasiego
y este invierno embozado en los
                                                 huesos,
y este murmullo que mece la noche,
y este polvo siena de junio…


Desear es jamás,
ayer es ahora,
hoy es el eco de un puente caído.

¿Cómo no querer,
cómo olvidar
y que el recuerdo nada traiga?

¿Cómo decir nada,
no tener ya palabras
y este zumbido que crepita adentro?

¿Cómo no buscar,
cómo abandonar el deseo
            y comenzar sin camino?

¿Cómo seguir,
cómo poder
antes que no pueda?

¿Cómo ir,
cómo olvidar el fin
 y encontrar el día?

¿Cómo trajinar esta ciudad sin antes haber
soñado?


De: “la promesa de los pájaros”



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