La
belleza de empollar huevos azules
para
desteñir de nuevo el cielo y entinte de mar el sol
Últimas
palabras a Mariana
antes
de ser destruida por el serrucho de la muerte
Separa
el torrente de la cabellera
Mariana
querida
y deja
te penetre la belleza
(la
verdadera)
La que
desgarra por cuchillo de mil uñas
rebana
músculos y se eleva hasta la mente
La que
destroza mitos, la que aplasta deidades
La que
destruye historias y falsos versos
en la
hermosura de un trueno a la una de la tarde
y más
aún, su voluntad el viento
azotando
árboles, arrancándole
pájaros
a los nidos
entregándolos
a su fragilidad, a su inútil muerte:
tronido
estrellándose música contra el cielo.
La
longeva belleza Mariana
Cómo
reconocerla cuando ella alumbra
O apaga
los caminos de tu yo
que se
destroza hecho trizas como el tiempo
embarrado
al que pudo ser tu yo
Caracol
dejando residuos de lo que pudiste ser:
el
negro florecimiento de un cuervo para la inteligencia.
Aún sin
saberlo
ella
está ahí, desnuda sobre cenizas:
(la
belleza) lechón negro en charola de plata
en el
sudor frío de la piedra
en un
sueño encharcado
en
bocacalles y casuchas mojadas
en el
chapoteo de los viejos y grandes barcos
destejiéndose
rojizo mar
—limo
descuajado en agridulces siniestras natas—
Ella
estará ahí
hecha mar
y en el
mar sobre la arena (espuma)
guadaña
que regresa
otra
una y otra vez
para
segar las piernas
de los
que en paz caminan
descalzos,
humedeciendo deseos
sin
querer nada.
Vamos,
separa los dedos
abre la
mano y digamos
que si
la belleza es manzana
y nace
para morderse
muérdela,
para de ella nutrirte, Mariana
y tener
algo más que espíritu
algo
más profundo que no el ánima
más
interno [donde se realiza el Acto
que te
da la esencia]
y no
sea simplemente el alma.
De: “Los rituales de la tristeza”.
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