El mensajero
La
tarde entera se guarda
entre
las alas grises,
la
cabeza y el pecho rojo carmesí
de un
hermoso pájaro carpintero,
que en
honor a su noble oficio taladra
el
añejo tronco del cedro cobrizo
—trasplantado
al patio de mi casa
desde
los mismísimos bosques
de las
tierras rarámuris—
que en
sus raíces alberga
las
cenizas de mi abuelo.
Ahí,
ahí, el pajarillo bicolor
pretende
asentar su nido.
E
impresionada por su belleza
y su
destreza en el arte
del
tallado de las finas maderas,
me
quedo viéndolo por largo rato.
Al
verse descubierto vuela,
pero al
día siguiente
viene
de regreso.
Han
pasado no sé cuántos días desde entonces
y se le
ha vuelto costumbre
ya no
solo picotear el cedro
y demás
árboles del jardín,
sino
también las puertas
y el
marco de las ventanas,
por lo
que temo deje la casa en ruinas
y peor
aún se le ocurra confundirme
con
alguna de las vigas del techo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario