domingo, 29 de julio de 2018

ERNESTINA YÉPIZ




  
El mensajero



La tarde entera se guarda
entre las alas grises,
la cabeza y el pecho rojo carmesí
de un hermoso pájaro carpintero,
que en honor a su noble oficio taladra
el añejo tronco del cedro cobrizo
—trasplantado al patio de mi casa
desde los mismísimos bosques
de las tierras rarámuris—
que en sus raíces alberga
las cenizas de mi abuelo.
Ahí, ahí, el pajarillo bicolor
pretende asentar su nido.
E impresionada por su belleza
y su destreza en el arte
del tallado de las finas maderas,
me quedo viéndolo por largo rato.
Al verse descubierto vuela,
pero al día siguiente
viene de regreso.
Han pasado no sé cuántos días desde entonces
y se le ha vuelto costumbre
ya no solo picotear el cedro
y demás árboles del jardín,
sino también las puertas
y el marco de las ventanas,
por lo que temo deje la casa en ruinas
y peor aún se le ocurra confundirme
con alguna de las vigas del techo.


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