Canibalezcamente
Conocí
tu vientre una tarde calurosa
mientras
centraba la noche en el esquinero de mi lujuria
y
decidí
cenarte
con el
aderezo de cuatro o cinco pecados capitales
de ésos
que guardo como imposibles.
Tu
vientre fue un escapulario
colgado
en mi sueño
y
escribí mi nombre en él
y
platiqué de encantos, oh Gomorra femenina, sin temor
a
convertirme en sal.
Conocí
tu vientre y no pido perdón
porque
prefiero la condena al oprobio
del
ostracismo de tu piel,
por si
llegase a perder un centímetro de tu ombligo
y
preñarme de tu preñez miles de veces
Conocí
tu vientre, y al devorarlo,
una vez
reducido a nada en mí, dentrísimo mío,
querida
no hubo
nada mejor que hacer.
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