lunes, 4 de febrero de 2019

HERNÁN LAVÍN CERDA





¿Otra vez el premio Nobel?



Discúlpenme, pero no quisiera recibir el Premio Nobel por segunda vez. Pienso que sería muy peligroso para mi pobre y a veces lúcida inteligencia emocional. Mi estilo perdería su equilibrio tan lógico desde la cuna, sí, desde siempre, y yo acabaría por perder no sólo el estilo que aún me caracteriza, sino además esa tranquilidad privada y pública.
Como ustedes saben, yo soy gnóstico de ficción, aunque gnóstico al fin. Medio conceptista y sorpresivamente barroco por si las pulgas o las moscas, esas criaturas celestiales que también obedecen al Destino y son muy trascendentes, aun cuando los miembros de la Academia Sueca no lo vean así, de ese modo, y estimen que ideológica o artísticamente no es posible comparar a las moscas con las pulgas. Sea como fuese, no quisiera irme por las ramas o en puro vicio verbal, como gritaba Enrique Lihn jalándome las orejas.
Discúlpenme, señores del jurado, pero no me gustaría recibir el Premio Nobel en segundas nupcias. El haberlo recibido una vez, basta y sobra en demasía, para decirlo al estilo de don Miguel de Cervantes Saavedra, el de Alcalá de Henares, abuelo y nieto de Sancho Panza simultáneamente. Se los agradezco en el alma, pero no me hagan sufrir como si yo fuera un católico delirante o un musulmán endemoniado. Si me otorgan el Nobel por segunda vez, sin duda que sería una muestra de crueldad insoportable. Hemos sufrido mucho desde la primera noche del Génesis, con algo de júbilo y entusiasmo. ¿Me creen? ¿Por qué se burlan de mí? ¿Ya no me creen?
No me obliguen a felicitarlos públicamente, sacándoles la lengua desde la torre más alta del Castillo de Chapultepec, al mediodía, y con la mejor intención del mundo.
El poeta sonríe, mueve el cuello sin mucho entusiasmo y da por concluida la conferencia de prensa con las palabras de su amigo Monsiváis: “No sé si ya no entiendo lo que pasa en México y en el mundo, o más bien ya pasó lo que entendía”.



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