Estación Cochabamba
Era
la tarde de un día
hecho
para siempre. Yo venía del Sur
sin
resignarme todavía y
con
un número en la mano
buscaba
una puerta
o
una tumba, yo no sé.
Pero
di con plazas, con calles
que
no conducían a ninguna parte,
Con
muros negros como los abismos que salían a detenerme o
a
empujarme
hasta
dar con los andenes de una estación
de
fierros detenidos y tristes.
Y
allí
con
el papel en la mano
como
una llave o un cirio inútil
fue
que los vi, a los tres,
Al
viejo al hombre y a la niña
o
tal vez me equivoco
A
la vieja
al
hombre y al niño
o
tal vez
A
los tres viejos o a los tres niños
pero
ella era hermosa y el hombre era fuerte
y
el viejo pensativo y venían
sucios
agotados
moribundos
pero con furia, como si una tormenta
de
rayos y polvo
los
hubiera humillado en su miseria, o fueran
los
ángeles sobrantes
de
una caída brutal sobre su propia tierra.
Y
pasaron
sin
siquiera verme,
pasaron
simplemente,
Y
yo dejé caer esa llave
que
no sonó
porque
no hay sonido
cuando
algo cae al abismo.
De: “El Ángel Ajeno”
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