El hijo pródigo
I
En
aquellas en quienes el amor es una naranja seca
Que
preserva un viejo perfume sin el néctar bermejo,
Busqué
el Infinito que hace pecar al hombre
Y
sólo hallé un Abismo enemigo del sueño.
−¡El
Infinito; sueño altivo que mece en su oleaje
Los
árboles y los corazones como arena fina!
−Un
Abismo, erizado de zarzas ásperas, donde rueda
Un
fétido torrente de afeites mezclados con vino!
II
Oh,
la mística, oh la sangrante, oh la enamorada,
Loca
de aromas de cirio y de incienso, que no supiste
Qué
Demonio te retorcía el atardecer en que, doliente,
Puliste
un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús.
Tus
rodillas endurecidas por las oraciones ensoñadoras,
Beso,
y tus pies también que calmarían el mar.
Quiero
hundir mi cabeza en tus muslos nerviosos
Y
llorar mi error bajo tu cilicio amargo:
Allí,
santa mía, embriagado por perfumes extáticos,
Olvidando
el negro Abismo y el Infinito amado,
Luego
de haber cantado muy quedo largos cánticos
Adormeceré
mi mal sobre tu fresca carne.
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