Nombres para cruces rosas
A todas las que nos han
arrebatado.
¡Ni una más!
Quien
diga que no sintió
que
ya conocía tu nombre, miente.
Y
mientes tú, muchacha, cuando dices
que
nunca habías entrado a este jardín
porque
sé que escuché antes tu nombre.
Aunque
sí, debo admitir que nunca vi
otra
Mara Fernanda como tú,
con
el nombre lleno de ti acompañándote
desde
el primer llanto hasta el primer acurruco
[o
antes aún, cuando eras sólo un anhelo en el vientre,
un
nombre de niña acariciado en el sueño].
Pero
es que han sido unas después de otras
las
que he visto entrar como tú, muchacha,
buscando
desconcertada el lugar para tu cruz rosa
en
esta multitud de cruces rosas calladas.
Unas
después de otras las tumbas
que
ha preparado el sepulturero
y
siempre hay una más y la que sigue,
por
lo que a veces pienso que es la misma
que
va y viene y se vuelve a ir
[años
y años velando el sueño de los muertos
y
no me acostumbro a verlas, desorientadas,
como
buscando el camino de regreso hacia sí mismas].
Todas
con sus historias y nombres,
desbordadas
de presente y de mañana
hasta
que algún amanecer las encuentra
despojadas
de nombres y de historias.
Solas,
con el llanto lodoso en las mejillas
en
un amanecer anónimo a la orilla de la carretera,
heridas
por el odio cíclope
de
un hombre que odia a las mujeres
porque
sospecha que no es más que un hombre.
Un
hombre que pretende vaciarlas de sí mismas
como
pretendieron vaciarte a ti,
Mara
Fernanda, sin conocer tu nombre
ni
la compleja sencillez de tu naturaleza.
Y
así llegan a este jardín, solas, sí,
pero
con su cruz rosa y su nombre y su historia
desafiando
los oficios del rencor y el olvido.
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