Campamento de prisioneros en
un bosque prusiano
Camino
al lado de los prisioneros hasta la carretera.
Peso sobre sofocado peso,
sus cuerpos, apilados como madera mojada,
yacen confinados o llagados con sangre
cerca
del calcinado almacén. Nadie viene hoy
como antes
a palpar las orificaciones de sus dientes;
la oscura, ahusada, común guirnalda
es
doblada para sus tumbas-especie de dolor.
La hoja viva
se aferra al plantado provechoso
pino si es capaz;
las
ramas suspiran, hito en el verde, calmo,
respirante hito,
de esta muerta fila
que los planificadores disponían para ellos…
Un año enviaron aquí un millón:
aquí
los hombres eran bebidos como agua,
quemados como madera.
El sebo del bien
y del mal, la estrella de esperanza del pecho
convertidos en jabón.
Pinto
la estrella que corté de un pino amarillo-
y la planto
en suelo que ahora no rehúsa
a sus cotidianos judíos
su primer asilo. Pero la blanca, diminuta estrella-
esta muerta estrella blanca-
nada esconde, nada paga; el humo
la ensucia, un amarillo juego,
las
agujas de la guirnalda se tiznan de ceniza,
una capa de escombro
cubre los negros bosques con la muerte
de los hombres; y un último respiro
se
encrespa en la monstruosa chimenea…
Rió fuerte una y otra vez;
la estrella ríe desde su podrido sudario
de carne. ¡Oh, estrella de los hombres!
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