Nada que ver con lo que esperábamos
—Sobre Y entonces
vimos la hija del minotauro por Leonora Carrington, 1953
Creíamos
conocer el mito,
pavorosa bestia a salvo de
nosotros dentro del laberinto, creíamos
entender el terror atrapado
dentro de las recámaras secretas
que serpentean hacia más recámaras.
Lo peligroso siempre está
entre y dentro de la oscuridad.
Pero qué equivocados estábamos.
El encontrarnos con una habitación
con muros no bañados de sangre radiante,
sin huesos que ensucien los pisos de piedra,
sino en vez el Minotauro, diminuto,
ojos bordeados de gris, manos humanas,
mirándonos mientras nosotros observábamos
algo que no era miedo, sino resplandor.
¿Y qué aprendimos en cuanto al miedo?
En el corazón del laberinto,
donde todo lo escondido queda escondido,
hay una extrañeza poderosa,
una rara luz apabullante
que no se estremece
frente la continuidad del tiempo,
sino que espera a que alguien sirva de testigo
a este elegante y complicado conjuro.
Lo que pensábamos ser la causa de nuestro miedo,
nuestras fantasmas, nuestras fantasmas bailarinas,
nuestro futuro vaticinado en tantas bolas de cristal
que rondan sin nosotros, no es
de hecho aterrador. ¿Qué aprendimos
acerca del miedo? En el centro de la historia
hay algo casi femenino
y sin domar que hace brillar
hasta una jaula sin fin.
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