Vivir
en Ciudad Fanon no era más
que
vaciarnos de sudor y de memoria.
Era
ir los viernes por la noche
a
los tambos cuzqueños olvidados
y
mercar allí, sin dios ni ley,
los
poderes infinitos de la coca.
Con
los chasquis bebíamos cachaza
de
favelas sitiadas por la DEA.
Escribíamos
después en las murallas:
“Your name is puta$, your name is okaso”.
Seguimos
el Sendero Luminoso
convocados
por los apus
de
los cerros de Ayacucho.
Nos
armamos con los rifles de Guzmán
y
huaracas que tejimos
con
pulido cuero andino.
En
la sierra se unieron a nosotros
tribus
campas, gente quechua
y
unos vagos morenos amazónicos
que
debían varias cuentas a la ley.
Nos
barrieron en El Yuro sin piedad,
y
dejaron nuestros cuerpos
al
arbitrio de las moscas,
al
regalo de los buitres.
Desde
entonces caminamos sin destino
por
los guetos y las ferias
de
los zambos cimarrones.
Y en
las noches robamos las monedas
a la
sucia y fea fuente
de
las viejas utopías.
El
Señor de los Cielos trajo el agua,
la
comida de los niños, medicinas.
Su
empleado Moctezuma diligente
repartía
las cajitas con regalos.
Al
final nos entregó cuarenta rifles
con
un sello grabado en las culatas.
“Sean
justos y disparen en mi nombre
cada
vez que mi gente se los pida”.
Ahora
somos su rebaño predilecto,
una
grey que no le falla ni le miente.
Ahora
somos una tropa fiera y santa,
los
guardianes bien templados de su honor.
De:
“Fanon city meu”
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