Ningún nombre
Como si de vuelo supiéramos,
intentamos
aprisionar su sombra
en la jaula de las manos.
Sin saber que detrás de los huesos
quedamos en su cautiverio.
Entonces
proferirlo
indagarlo
respirarlo
en las afueras de la carne,
en el cuerpo, en la sangre,
es nuestro último intento
de hacernos uno con él.
Pero
rozarlo tampoco logra
detener su aleteo inasible.
No
hay palabra verdadera
que retenga su huida.
Y
siempre, después
de todos sus crepúsculos
volvemos a pronunciarlo.
Aunque
la lengua
se nos vuelva ceniza,
si decimos
Amor.
De: “Pájaro de piedra”
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