Abdicación
Dios
es como el fuego, cuya pasión redime,
Como
el viento poderoso, cuyo ardor desnace todo.
Dios,
temor y fuerza de seguirle o acosarlo,
Como
el tiempo, como el sueño y como el baño santo de las termas paganas.
Es
como un fuego Dios, su amor devora y crea.
¿Dónde
a Dios buscar sin vano desafío?
Sea
en el prodigio de tu cuerpo y tu voz,
En
el quejido lento de animales y brisas,
En
la distancia unida por las hierbas y las piedras,
En
los repliegues suaves del mar, que es piel del cielo
O en
la muda palabra de una oración estéril.
Dios,
perpetuo buscarse,
¿Forma
transparente de lo que nunca es?
Es
como el agua Dios, cuyo beso nos pudre,
Cuchillo
destapando el centro de los sueños
Y si
más hondo el filo, más fecundo, más brillante el animal que acude.
Dios
es el tormento de creer o descreer,
Dimensión
de lo enorme y lo nimio simultáneos,
Sentido
de lo ágil, lo inasible,
Equilibrio
inmutable del designio y el azar,
Contenido
sin esencia a no ser la de mi voz.
Dios
ya no enferma. Dios, cuyo destino le aterra y desconcierta.
Dios
soñó entonces con cuerpo de vestir, viandas sobre la mesa,
Con
cuentos de niñez (porque ha de ser terrible haber nacido inmenso).
Dios
es como un canto, cuya vocal se ahonda,
Y va
ganando plenas distancias eco adentro.
Dios,
el que ama todo sin conocer ternuras,
Sin
haber sido limpia superficie de un beso.
El
iracundo, el sobrio, el que ha llorado ráfagas de insensatez y tedio.
Es
como el fuego Dios, cuya pasión consume,
Como
lluvia torrencial, cuyo crimen fecunda.
Dios
es como el aire, sin ser visto abraza todo,
Dios
es como yo y en mi palabra quema la luz que lo refugia.
De:
“Lengua de paraíso”
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