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La
luz está llena de vahído,
tu
sonrisa se derriba en la sala
colmada
de algo con ginebra.
Los
músicos se voltean y se ojean
como
mujeres malas o ladrones.
El
escalofrío, la suerte, el barranco,
hacia
el sur nos llama el remolino
de
un contrabajo enlucido de amarillo.
La
muerte ya no importa, he de vivirla
con
estilo y de manera peligrosa
como
una carta libre de sello y sin destino.
Hay
monos en frac que me ofrecen bebidas
con
guantes blancos y vasos de mayólica.
Hay
un silencio que atrona en su voz en la madera
y tu
mirada que perdura en el picante humo de la vida.
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