Junto
al lecho
Alguien
ha cerrado los ojos,
enderazado y plegado las manos movedizas,
cubriendo el pecho inquieto;
así, suavizado y acallado yaces
como un niño
que no será, otra vez,
interrogado o reprendido
pero ninguno de nosotros cree
que esto sea, para ti, descanso.
Así
como el cerrar las ventanas
no nubla ni amortigua el azul del cielo
ni la pantalla puesta delante de la llama
somete su fuerza,
así, si acerco mi mejilla a la tuya,
tus labios grises, como la madrugada,
temblarían enrojeciendo,
irrumpiendo en la antigua y singular sonrisa
ante este fraude de muerte.
Porque
toda la noche
no te has dirigido a nosotros
ni has hablado
ya es hora de que despiertes;
tus sueños no han sido profundos.
Yo,
por ejemplo, he visto
sus hilos delgados y retorcidos
entubiarse y, de súbito, romperse.
¡Esto es sólo una piadosa ficción de sueño!
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