domingo, 19 de diciembre de 2021

TERESA WILMS MONTT

 

  

Inquietudes sentimentales: X

 

 

En la ciudad de los muertos había una quietud de mármol.

Las estatuas de las tumbas guardaban una calma sepulcral, recibiendo sobre sus espaldas el brillo de las estrellas como gotas de luz.

Nada turbaba el silencio.

Sobre el gancho de un ciprés, el ave negra de los funestos presagios, la cabeza bajo el ala, aguardaba el mensaje de los muertos a los vivos. Mis pasos lentos, resonaban en las tristes avenidas, como blasfemias ahogadas; pero mis manos estrechamente unidas en actitud de plegaria, parecían desprenderse de la tierra, como dos palomas enlazadas.

Caminaba, y en cada tumba lóbrega se detenía mi espíritu, espiando una señal de vida, un lamento, un sollozo…

Seguía la calma tétrica de hielo en el recinto de los que eternamente duermen, comido por la tierra el corazón.

Amanecía, y sólo restaba en el cielo, como un piadoso cirio, el lucero del alba.

Mi alma extática, plena de creencia, esperaba que rasgara el silencio la voz del sublime Maestro, y dijese: «Lázaro, levántate y anda».

 

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