Aromas
Huelo
a hombre que sufre de un silencio que mata.
Huelo
a sábado mustio después de la llovizna.
Huelo
a mierda de perro,
a hijo mayor
de Rosa Yéndez y Alberto de los Ángeles.
Huelo
a moro emigrante podrido bajo tierra,
a hermanos que envejecen
y a suegro que se queja de su suerte a lo lejos;
a bomba de neutrones,
y a nostalgia y merengue
y zumo de vainilla de los huertos de Oshún.
Mi
olfato se emborracha de mixturas disímiles
así como mis ojos se aturden con imágenes
y el oído con música de Mozart o de Lennon.
Nací
lleno de olores:
esencias intestinas
que a veces se derraman provocando mareas:
Huelo, por ejemplo,
a jazmín
y aceite de ricino
y palabras que tiemblan al filo de la lengua;
huelo
a ganas de echarme sobre pechos rendidos
huelo a criaturas suaves que yacen bocabajo
para que las penetren;
huelo
a pollos del patio amenazados
por el hambre del zorro;
huelo a rabia y pudín de pan, a tíos muertos.
Cualquier
persona podría percibir
mi tufo a gasolina
y albahaca
y azufre.
No
hay hediondez externa o visceral
que no me pertenezca;
no hay extracto posible que no hierva en mis poros,
ni espíritu o serpiente de nostalgia olfativa
que prescinda de mí.
Huelo
a miles de angustias,
a milagro inminente,
a poeta que se agita ante el olor humano
y aspira sólo a oler,
a oler
y continuar oliendo
hasta el fin de sus días.
Soy
como un pobre monstruo
que tiembla arrodillado
ante el olor profundo de las constelaciones.
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