miércoles, 31 de agosto de 2022


 

TERESA MELO

 

 

La breve duración

 

 

Leí un largo poema de William Carlos Williams
sobre el amor y los asfódelos. Entre lo que ignoro,
tampoco sé qué cosa es el asfódelo. Otras flores tuve
y de otros poemas gusté y también tuve otras ignorancias.
Es cierto que los poemas colocan cosas sobre el mundo
y que hay personas que no gustan de ellos
ni del mundo,
aunque serían mejores si tuvieran
aquello que tienen los poemas.
¿Qué tienen los poemas, William Carlos Williams?
Provocan la desazón de lo desconocido,
el deseo de asir el humo que emana
de lo que creemos conocido.
Tuve esta flor, por ejemplo, hace años,
sobre la pared de una casa en la que estuve viviendo;
en su patio las orquídeas cubrían el lugar
donde antes estuvo la caseta de madera;
en la caseta de madera, el padre de mi amigo,
una mañana nada especial
amaneció colgado de las vigas.
Las orquídeas luego cubrieron el lugar
pero no borraron su aura de tragedia.

De entonces acá estas flores no perdieron hermosura,
pero igual son materia del suicidio.

Otra flor tuve que vi crecer bajo mi agua
—el lirio perenne descrito por Ariel—;
tenía pocas cosas, paredes alquiladas me servían de hogar:
todavía me sirven.
No tuve asfódelos, tuve éstas para mí.
Y de mí ellas no guardaron memoria.
Es vanidad de los poemas fijar los deseos del otro
y es vanidad de los poetas
creer que sus versos se fijan en el otro
como no lo hace la flor más que el tiempo
que le corresponde.
Si acaso guardaré algo para mí será lo mismo
que di a los otros que se me acercaron:
la breve duración de los asfódelos,
las orquídeas suicidas, los lirios de agua.

 

 

DORA ALONSO

 

  

Caballito de mar



Miniatura marinera,
filigrana de madera,
ámbar, jade verdemar.
Caballito de sal fina,
bailarín, aguamarina,
niño y joya de la mar.

 

 

JUANA BORRERO

 

  

Íntima

 

 

¿Quieres sondear la noche de mi espíritu?
Allá en el fondo oscuro de mi alma
hay un lugar donde jamás penetra
la clara luz del sol de la esperanza.
¡Pero no me preguntes lo que duerme
bajo el sudario de la sombra muda…;
detente allí junto al abismo y llora
como se llora al borde de las tumbas!

 

 

DOMINGO ALFONSO

 

 

 

En piel color tabaco

 


Do quiera camines

con tus nalgas, calcetines, y el dolor de muelas

metido en piel color tabaco.

Aunque olvides el barco negrero

el látigo y los cien filos que rebajan tu vida

saltarán a tus paredes

Aunque vivas en pasado mañana

alguien te colocará

con sucios letreros

toda la angustia del siglo dieciocho

queriendo herir tus ojos.

 

 

CARLOS OQUENDO DE AMAT

 

 


Aldeanita

 

 

Aldeanita de seda

ataré mi corazón
como una cinta a tus trenzas

Por que en una mañanita de cartón

(a este bueno aventurero de emociones)

Le diste el vaso de agua de tu cuerpo
y los dos reales de tus ojos nuevos

 

 

JOSÉ SANTOS CHOCANO

 



Ángelus

 

 

Ven, hermosa, a mi lado: los dos juntos,
desde el alto balcón, morir veremos
el sol, allá, en los últimos extremos,
de negro palio de argentados puntos.
Caronte fosco al golpe de sus remos
canta ya la canción de los difuntos:
y el pájaro agorero con su grito
conturba la apacible bienandanza,
mientras naufraga en sombra el infinito
triste como un amor sin esperanza…

Ven, hermosa, a mi lado: es el momento
en que la luz se junta con la sombra.
Mira: el sol rueda por la espesa alfombra
como un sultán caído de su asiento.

Es la hora de Dios: la tarde reza.
¡La hora en que la olímpica pereza
convida con mortal melancolía
a tomar la ceniza de tristeza,
después del carnaval de cada día!…

¿No es verdad que la tarde es triste y bella?
Es triste y bella como tú. Tu frente
tiene fulgor de vespertina estrella:
crepúsculo es tu espíritu inocente:
tarde que cae es la mudez sombría
con que sueñas angélicos placeres;
porque si eres un ángel, quizás eres
el ángel mismo que anunció a María…

Ven, lee: abierto el libro, deletrea.
Allá mira ese pálido lucero
que como un ojo mustio parpadea;
allá ese monte que se empina fiero.

Si sobre el monte está la nube, encima
de la nube el lucero: al fin repara
que, de los mundos en la eterna rima,
sobre la estrofa oscura está la clara.
¿Sonríes? ¿No es así? ¿Qué duda acaso
roza tus aguas con el ala al paso?

¿Y qué pregunta en tu razón nacida
cual llanto en el recién abierto broche?
Todo es luz. Una máscara es la noche:
no hay sombra más allá de tu pupila…

Tal vez, tal vez a la fijada hora
del cósmico reloj, el Bien fecundo
hará que, en coincidencia abrumadora,
cuando caiga la noche en este mundo
en los astros que ves… raye la aurora.

Cuánto dulce misterio, niña hermosa,
a los labios sedientos de la Tierra
brinda en cáliz de rosa
la Tarde, ¡esa crisálida que encierra
de la Noche la negra mariposa!

Cuánto dulce misterio
vaga sobre la cumbre de los montes,
se ensancha en los gloriosos horizontes,
pasa de un hemisferio a otro hemisferio.

La luz escapa de la noche oscura;
pero hay filos de luz en la tiniebla
como chispas de genio en la locura.
Cae el silencio a plomo. La Natura
de misterios fantásticos se puebla.
El monte es nicho; el árbol, esqueleto;
a lo lejos el viento que murmura
un no sé qué… ¡La tarde es un secreto!

Dime, ¿no te provoca
hacerte silenciosa y recogida
la señal de la cruz sobre la boca?
¿No sientes ansias de rezar? Acaso
no es raro que el espíritu desee,
cuando cae la tarde de la vida,
rezar también ¡porque la tarde cree!…

Reza, sí; que la tarde siempre sea
como ésta en que, a tu lado, el bardo aspira
a quemarte el incienso de la idea,
de sus estrofas en la sacra pira;
que a tu alrededor el perfumado ambiente
poblándose de notas de mi lira
hálito niegue a la profana gente
que en descompuesta atmósfera respira;
y que por fin te expliques el misterio
del sol, que, de hemisferio en hemisferio,
se hunde, y después con vigorosa mano
separa las tinieblas del oriente,
come Moisés las aguas del océano,
como tú los cabellos de tu frente…

Reza, sí: que tus manos entreunidas
a las mías estén, ¡ay! cuando empiece
la tarde al par de nuestras juntas vidas;
que tus manos sostengan y mis manos
la temblorosa cuna que te mece
con un grupo de arcángeles humanos;
y que así, cuando el Ángelus del alma
doble en el campanario de los sueños,
podamos ver con satisfecha calma
realizados al fin nuestros empeños,
y para hallar nuestra ambición cumplida,
podamos, amorosos y prolijos,
en la tarde feliz de nuestra vida,
ver nuestra aurora en nuestros propios hijos.

 


martes, 30 de agosto de 2022


 

MARAM AL-MASRI

 

 

 

Golpes en la puerta.

¿Quién es?

Escondo el polvo de mi soledad

bajo la alfombra,

compongo mi sonrisa,

y abro.

 

LUDWIG SAAVEDRA

 

  

O rosal

 

 

Si tu dolor ha crecido como árbol frondoso
(sin el prestigio de los álamos en las noches de luna llena)
Si el sonido que me tiendes no es cuerda para mi charango y no me salva
A pesar que te he otorgado los colores del amor
embadurnada de limo fino
Desnuda nube o rosal

Si las palabras resuenan   encallan lejos en playas perdidas
Y la muerte es esa ola que las dispersa
borrando sus huellas

Nos desvanecemos con harta fe
alas de cormorán
sin temor al que dirán
Sin dolernos de tu gloria Malaquita mía
Sin creernos ya lo que tus ojos bailaron en la oscuridad aterciopelada
dos cometas
dos zarpazos de primavera
Mientras un poema desvirga la estación veraniega
sincopadamente
Saborea este blues secreto
hará nítido el dolor

Pero si el vacío es
todo lo que lleva el río de sonidos a cuestas
Las palabras se suicidan prendiéndose fuego
Las notas se suicidan tan puras como son
Con solo aguantar la respiración.

 

 

 

BERNARD NOËL

 

  

De paso en el Athos

 


una palabra busca mi corazón yo a su alrededor
busco cómo se adhiere a su presente
algo de esto que aquí flota
devastación ruina por todas partes y mientras
su hermosa imagen es mordida por el tiempo
san Juan moja su pluma en la luz
con gesto constante pero el chorro luminoso enfoca
no se sabe qué parte del cuerpo ahí
unas moscas van a libar su polvo luego
vuelan hacia el fondo de la bóveda donde Dios
se ha ennegrecido tanto que está en negativo
el águila y Juan el mismo halo y más que un ala
en el león de Marcos el ojo un laguito de lágrimas
Lucas con el rostro comido por el moho
se ha vuelto un negro de barba blanca
nada de Mateo solo un agujero en el enlucido
y unos huesos de ladrillo rosa un abejorro
lleva mi mirada hacia arriba la cúpula
en el primer círculo restos de un hombro
en el segundo ocho ángeles seis alas cada uno
dos hacia abajo dos a lo alto dos abiertas
el conjunto de una sensualidad extrema
dos veces aparece cada ángel dotado
de la zona tan hendida que los humanos
tienen una sola vez y el amor habrá de hacerse
en un abrazo de lo alto y lo bajo
circular y sin fin una rueda siempre
en movimiento el mismo abejorro baja
hacia la rociada de excremento fresco mi ojo
inflamado en cambio no osa servirse de él
pero tal vez confundo excremento y hiel
y heme aquí en medio de este día
la mirada de pronto quebrada por el sol
el vacío y el miedo a la escalera podrida
los ojos tantean el aire hacia su izquierda y surge
la brusca sorpresa
/ el Blanco el Blanco el Blanco
impulsa al fondo del cielo su erección de tiza
y por encima de vida muerte y realiadd
planta un formidable NO a sus razones

 

ROCÍO WITTIB

 

  

la poesía es el placer de hacer exacto lo incorrecto

 


la vanguardia es así
podría escribir este poema hasta el infinito

la poesía es el rencor que te hace rugir

¿qué gano con decir todo esto?
no lo sé, escribo porque desconozco mi deber

la poesía es un desvarío

no estás poniendo atención
hay que volver a empezar

 

 

LI QINGZHAO

 

 

Alegría clara y tranquila



ALEGRÍA CLARA Y TRANQUILA
cada año
en la época de la nieve
y con una flor de ciruelo en el pelo
a menudo bebo hasta la embriaguez
deshojo las flores una a una
aunque no me complace por entero
ya que consigo únicamente empapar de lágrimas mi vestido
este año
me he perdido en algún lugar del horizonte
la tristeza encanece mis cabellos
y por la noche escudriño por dónde viene el viento
¡ya me resulta tan difícil
ver las hermosas flores del ciruelo
abiertas!

  

Versión de Pilar González España

 

EUGENIO MONTEJO

 

  

Los ausentes

 

 

Viajan conmigo mis amigos muertos.
Adonde llego, van por todas partes,
apresurados me siguen, mi preceden,
gentiles, cómodos e incómodos,
en grupos, solos, conversando, paseando.

A mi paso se mezclan sus huidizos colores
hasta envolverme en un lento crepúsculo…
Tantos y tantos, cada quien en su estatua,
y en torno siempre las máscaras del sueño.
Y mi estatua también a su lado, flotando.

Muertos de nunca habernos muerto,
de estar en algún tiempo, en algún parque,
juntos y apartes, conforme, inconformes,
mudos, charlando, con voces, sin voces,
es verdad ya ni vivos ni muertos:

algo intermedio que tampoco es estatua,
aunque tengamos ya de piedra los ojos
y unos y otros nos sigamos, corteses, polémicos,
contentos de estar en la tierra y de no estar en ella,
en eternas tertulias donde, se hable o no se hable,

todo queda para después o para antes,
para cuando no sabíamos que después era entonces
ni que nuestra sombra de pronto levitaban
visibles e invisibles en el aire.

Un instante de nuevo me reúno con ellos,
conversando otra vez esta tarde, tan tarde,
en un Café de ruidos urbanos, suburbanos…

Es decir, bebiendo sin beber, un poco abstemios,
pues los muertos no beben, pero beben a veces,
juntos y alegres, aunque no tanto, sino alegres,
con un trago o ninguno, pero con un trago,
creyendo que el tiempo ya pasó y no ha pasado,
y por eso pasó sin pasar, es decir, nunca pasa.

Cada quien con un whisky sin hielo o con hielo,
más cálido que frío, sin instante un instante,
con el recuerdo que nada recuerda esta tarde
y por eso se acuerda ahora de todo…

Bebiendo con ellos que fuman y charlan,
que parten y vuelven, dialogan, discuten,
hablando por hablar y a veces por no hablar,
hasta decirnos qué de Picasso hay en la ausencia,

cuánto cubismo en la manera de alejarnos,
el modo de mirarnos con ojos verticales
y saludarnos con la mano a la inversa,
la forma de beber un solo vaso roto

que ya no tiene vidrio ni licor ni volumen,
el modo de no beber creyendo que se bebe
y seguir todos juntos ahora que estoy solo.

 

lunes, 29 de agosto de 2022


 

MARTHA CECILIA ORTIZ QUIJANO

 

 

El cielo suele vestirse de colores extraños

 

¿Dónde está el lugar
Al que todos llaman cielo?

Luis A. Spinetta

 
La muerte insiste.
Hoy, hacha,
un árbol ha derribado
Roble desgajado desde la raíz
ha roto sus ramas
sus hojas ha tumbado.

El cielo suele vestirse de colores extraños:
naranjas hechas nubes
violetas deshojadas
azules casi negros.
Suele vestirse de relámpago al borde de la ciénaga,
a manigua
a ángel quemado en la hoguera,
se viste de dolor, a sangre derramada en la tierra.

La muerte insiste
hoy, el cáncer
la flecha
la bala.

El hombre le huye a la muerte
ella, lo apresa entre sus fauces
-Venado en el hierro de la trampa-
su corazón ha estallado.

Pronto, renacerá un arcoíris.

 

 

JULIO CÚMEZ

 

 


Estamos perdidos
en tus manos
en tus pies

 

Cúbrenos con la ceniza de tus labios
A la hora de nuestra llegada
Y préndele fuego a estos ojos
Y entierra este ombligo en tu voz.

 

 

JHAVIER ROMERO

 

  

Carta 4.

(Las orugas)

 


El final no fue repentino.

No fue un cometa que nos impactó de frente

en el pinball del universo,

no fue el sol y su cabellera incandescente,

no fue un enjambre de átomos radioactivos

revoloteando por ciudades y bosques.

Fue algo mucho menos cinematográfico.

 

¿Recuerdas la desaparición de las orugas, Alessa?

Las orugas vivían dentro de la casa,

deambulaban entre libros y zapatos,

Vos tratabas de llevarlas a un arbusto,

pero en pocas horas

volvían a estar en tus pantuflas.

 

Vos no les temías, las amabas,

como a todo lo indefenso.

Le diste un nombre a cada grupo:

A las Macaón, las Clementinas;

a las Plusia, las Eneidas:

a las Roscas Verdes, las Marías.

 

Y también sembraste hinojo, ruda

heliconia, pasiflora,

y un girasol azul para nosotros.

“Nuestra planta hospedera

-me decías-,

seremos mariposas transparentes en alguna vida”.

 

Pero las orugas desaparecieron,

dejamos de percibir en la planta del pie

su erizada ternura;

dejamos de ver sus capullos

como hojas abrazadas a sí mismas

brotando en las ventanas de la medianoche.

 

 

Las orugas desaparecieron,

y luego también otras criaturas

se desvanecieron.

 

Y en la madrugada

no encontramos más consuelo

que imaginar la voz de las cigarras;

que encender cerillos para recordar a las luciérnagas,

que arrojar café molido en las migajas

para convencernos de que todavía existían las hormigas.

 

El final no fue repentino.

El final nunca es repentino.

Fue más bien como en el amor,

que se va soltando a pequeños tirones,

a insignificantes muertes,

poco a poco, sin saberlo,

hasta despertarse una mañana, entonces sí, de pronto,

en la estación ubicua de las extinciones.

 

De “Las Cartas de la extinción”.

 

 

 

BEATRIZ RUSSO

 

 

 

La prisión delicada

(Fragmento)

 

 

Ésta es mi prisión delicada.

No me salvéis.

Aquí yacerá la que pudo haber sido Ophelia.

Inventadme un epitafio que se oculte bajo el musgo.

Que nadie incinere mi cuerpo.

Tengo algo que evocar.

 

Besé su boca,

La bocca baciata de Fanny Cornforth

y sentí el margen de una moneda trasquilando la infancia de las veloces manos del raso.

¿Prostituta o costurera?

En la vertiente que hay en el sino están en juego las cartas de la sangre.

Llegaron al mundo las mujeres a tejer su desdicha en los telares de la miseria.

Los trapos del hambre amontonándose en las trincheras sin aire.

El anonimato de las abejas harapientas.

Y también llegaron mujeres a los telares de la delicia.

La sabia contienda de unas manos cansadas de su precariedad.

El ruido de la rueca no ensordecía el cuerpo de las otras hilanderas de la noche.

Escribieron sus nombres proscritos en una coroza de papel secante y fueron señaladas

     por los dedos de las esposas impolutas.

¿Prostituta o costurera?

No hay mayor masturbación que la del halago, mayor deleite que la hermosura en

     estos tiempos de vanagloria.

Cantad todos la pandemia de los burdeles.

Que se abran las puertas de la moderna Babilonia.

“¿Quién fue la bella Laura Bell?

The queen of whoredom

¿Quién kate Cook, Emma Crouch y Cora Pearl?

Toutes elles demi prochaines”

Pero cantad también la pandemia de las fábricas.

Que se abran las puertas de la moderna Etiopía.

¿Quién veneró a las otras artesanas de la noche?

Pocos conocen el castigo de las míseras costureras.

El baile elíptico de las agujas trazaba hondas muescas en sus dedos.

En las oscuras salas de una fábrica gemía el hilo de las futuras ciegas.

Y temblaban después sus cuerpos apuntalados en los rincones ebrios.

Otras muescas hay en sus dedos.

Muescas del dolor de un útero enfermo bajo los dientes de las embarazadas.

Los clavos de cristo en el pubis de las esposas rotas.

Murieron en la fosa común de la historia, en el estrecho nicho de la conciencia.

Murieron con la lenta eutanasia de las mártires,

muertas veteranas del ejército de muertas,

muertas de hambre en las calles de polvo y niebla.

Anónimas muertas.

 


GONZALO ROJAS

 

  

Monólogo del fanático

 

 

Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil
que come cuatro veces al día como un puerco,
que me tutea y me deprime
con su palabra ufana,
testimonio evidente de esta parte de mí
que se muere al nacer, como una nube;
lo blando, lo confuso, lo que siempre está afuera
del peligro, el adorno y el encanto.

No beberé. No comeré otra carne
que la luz del peligro.
No morderé otra boca que la boca del fuego.
No saldré de mi cuerpo sino para morirme.

Ya no respiraré para otra cosa
que para estar despierto noche y día.

 

 

MARCO MARTOS

 

  

El aroma de las casas

 


Huelo mis casas.
Me dicen que fui feliz
en la primera y ése es mi recuerdo:
el de los otros.
Había un corredor
repleto de macetas, jazmines de la noche,
fantasmas del olor y del silencio
y un ejército de tías armadas
con sonrisas, flores secas
y cartas de amor desvaídas
en sus libros de oraciones.
La segunda casa es la que amo.
Me cuentan que derribaron un árbol
en el patio y ese dolor me acompaña
cada día.
Por ahí deambula todavía
en las noches mi hermano muerto
tan, tan niño.
Permanece ahí en los altos
mi abuelo materno, aventurero,
y mi abuela paterna, en los bajos, con sus ojos
negrísimos dando luz en lo más oscuro.
Pero ambos también murieron.
Me acuerdo del dolor y de la pompa
de sus entierros.
Conozco sus manos
y sus palabras de memoria.
Tengo
una reserva de afecto secreta
en lo ignoto y desaparecido
ahora que son sólo un nombre
que repito.
Mi padre iba y venía sin cansarse.
Mi madre hacía lo mismo
y más todavía, como se sabe.
Es horrible que muera tu madre,
es horrible que muera tu padre,
nadie puede contártelo.
Podría escribir la historia
de otras casas, pero la pena
sería muy grande.
Prefiero
callarme, ahora que no tengo casa
ni lenguaje inteligible
y atravieso Babel
para lamer tu mano
como un perro fiel
que te bendice.
Hueles a jazmín,
como el que había
en mi primera casa.

 

 

 

 

domingo, 28 de agosto de 2022


 

MYRIAM ALBISU

 

 

Quiero

 

 

No quiero beber el agua del mismo río.
Quiero corrientes nuevas
con brincos de canto y piedra.
Abrir canales profundos
hasta dar con aguas frescas
que me traigan desde el fondo
esencias desconocidas
con fragancias de las flores
que no han visto todavía
el mundo que nos rodea.
Yo sé que hay otras tierras
otras aguas, otros ríos
y quiero desconocerme
para poder descubrirme.
¡No quiero beber el agua del mismo río!

 

 

TERESA AMY

 

  

Isla de Jersey

(a Ya ar O˘guzcan)

 

 

en la ciudad vieja de Rodas te busqué
luego en el jardín de Durrell
luego en una calle de Rangoon
luego en el hotel del león de piedra
luego en el mercado de Hvar
pero en la isla de Jersey te esperé
en mis oídos el rumor de la orilla del mar:
eras como cuchillos afilados en mi tiniebla
eras un cuerpo lejano
quizás eras un puñado de cal en mi garganta
me dabas tanta sed
ni el agua del mar, ni de los viejos ríos recorridos
me saciaban
encontré pescadores que me enseñaron sus artes
y dormí con ellos
estaba recelosa
estaba abatida
tenía miedo
era yo hasta mis huesos
me transformé en una cueva junto a la casa de mi abuelo
y en la marea
los pulpos y mi zorro no pueden consolarme

 

LUIS CARLOS LÓPEZ

 

  

A Rosalbina

 

 

¡Ay, Señor, y que frágiles nacimos!

Bien sabéis, adorable Rosalbina,
que ante vuestro mirar de ojos de gato,
me sentí como calle sin esquina,
bizco y sordo y maltrecho y turulato!

…¿Por qué sois para mi luciferina?…
¡Si ha mucho tiempo estoy que disparato
bajo el piramidon y la morfina
y del bromuro y del bicarbonato!

Tanta hiel guarda el fondo de copa,
que hasta en un corredor del “Club la Tapa”,
vuestro marido viéndome patojo

y con ganas de hacer un disparate,
me preguntó solicito: —¿Que hay vate?
Y yo le dije irónico: —Un mal de ajo.

 

ARMANDO RUBIO HUIDOBRO

 

 


Biografía anónima

 

 

Soy un oscuro ciudadano
abandonado en medio de las calles
por el cuchillo sin pan de mediodía,
despojado y marchito
como el reloj de las iglesias,
sin otro oficio que vagar entre disfraces.

Soy el familiar venido a menos,
enraizado a las tabernas
y a la complicidad del bandolero.
Mi voz naufraga en los cristales de las tiendas,
y he perdido la vista en los periódicos,
pero tengo los pies bien puestos sobre la tierra
y una almohada que vuela por los hospitales
y por los dormitorios del oscuro hogar de nadie.
Tengo una celda amable en las comisarías,
y suelo bailar a hurtadillas bajo la noche
con mi camisa blanca
y mi corbata deshojada.

Soy un oscuro ciudadano
extraviado por el mundo:
voy cogiendo colillas de cigarros,
y canto en los tranvías,
y me peino hacia atrás, valientemente,
para mostrar mi noble frente anónima
en los baños públicos y en los circos de mi barrio.

Soy un oscuro habitante; no soy nadie;
en nada me distingo de algún otro ciudadano;
tengo abuelas y parientes que se han ido
y una espalda ancha que socava
la pared amiga de las cervecerías.

Soy una ola entre todas las olas,
una ola que se levanta
a las seis de la mañana
porque ya no puede
oler el polvo de su casa,
una ola que se alza, alborozaba
hacia las playas
para un retorno interminable al centro de las cosas
donde las olas todas
se empujan mutuamente
estériles y solas.

Porque no soy digno de mi semen,
Señor, yo no soy nadie;
estoy en medio de las calles
girando como un organillero
con mi camisa gastada, inamovible,
mirándome la punta del zapato
por si alguien quiere darme
una moneda que no quiero,
aunque nadie me ha visto pasar
esta tarde ni nunca,
porque nunca soy alguien,
ni siquiera un oscuro ciudadano
resucitado por el hombre.

Mi voz ha muerto en los cristales de las tiendas,
y tengo una espuma de mar aquí en la boca, ebrio,
porque soy una ola entre todas las olas,
que viene a morir en esta arena de miseria
decentemente con su traje de franela
y su ciega corbata
como buen hombre que era.

Fui un oscuro ciudadano,
Señor, no lo divulgues,
cesante, ¡sí!
Hasta aquí llegó la vida,
pero recuerda al fin:
yo nunca pedí nada
porque tuve camisa blanca.

 

 

E. E. CUMMINGS

 

  

Me gusta mi cuerpo cuando…

 

 

Me gusta cuando mi cuerpo esta junto
al tuyo. Es algo tan nuevo.
Mejores músculos y más nervioso.
Me gusta tu cuerpo. Lo que hace,
sus modos. Me gusta sentir la columna
de tu cuerpo y sus huesos, y la tembladera
–firme- delicadeza y de la cual
vez y vez y vez
besare, me gusta besar esto y eso de ti,
me gusta, lentamente acariciar, la pelusa chocante
de tu piel eléctrica, y de lo-que-es que
viene sobre tu carne abierta. . . . Y los ojos grandes de amorosas migajas,

y posiblemente me gusta el encanto

bajo el mío del tuyo tan nuevo

 

Nota: Edward Estlin Cummings nombre del poeta conocido como E. E. Cummings

 

MAGDA PORTAL

 


 

 

Cuando llegó la hora, cayeron sobre sus pupilas los telones de la indiferencia
Le miró curiosamente —como una muñeca de biscuit
Tenía claridad de aurora en las pupilas, y las carnes suavemente rosadas
—Era una niña
Lloraba —estremeciendo la dulce masa de su carne
Le envolvió en unos trapos y se echó a andar por las calles —como siempre,
no llevaba dirección
Al fondo divisó en su mole blanca, el Hospicio de Huérfanos —Retrocedió
—Incubador de esclavos y asesinos
Caminó en sentido contrario —La masa negra del río, tan profunda y
tan negra, que parecía inmóvil, copiaba al panorama del cielo
Le miró largo rato recostada en un árbol
Después envolvió a la niña en su amplio abrigo, y sencillamente, la arrojó
El río se abrió en un punto para dejar pasar a la huésped —y se volvió
a cerrar
Solo un instante se quebraron las estrellas en sus ondas revueltas
La MADRE tomó el regreso a su posada —bañada de indiferencia—
Se insinuaba la aurora —como en los ojos de la niña
Todos los pájaros lloraban