martes, 2 de agosto de 2022

SUSANA SOCA

 

 

Laberinto

  

-I-

Aquí el poema largo interrumpido siempre
y varias veces terminado
poema escrito por una que yo no soy.
Sé que la encuentro en la mitad,
sin final ni principio. Pero ya no la busco
busco el poema sólo, para empezar de nuevo.

Busco el instante en que se traban
su mano con la mía
en el modo de asir al interior del agua
el reflejo de algún árbol que no es el mismo,
de tocar un objeto a la distancia,
otro el objeto o la distancia es otra.
Busco el instante en que se cruzan su mirada y la mía
en el color del mar que siempre es nuevo.

Por un instante el ritmo
en la extrañeza familiar avanza
y reconozco un movimiento fiel en la cara que ignoro.
Con el sueño soñado un instante me encuentro
en algún sueño interrumpido,
por azar entro y sigo hacia otro despertar.

Con otra voz hablo al mismo durmiente,
eco de la suya se vuelve la mía.
Aunque en otro tiempo habló rudamente
mi voz y él, despacio, la contradecía.

Me asombra mi furor
los puños recios para golpear en el vacío.
Otra la miel otra la sal
las mismas olas cambian
y la resina enciende un más secreto fuego.

Sin más historia que el poema
entro bruscamente en la historia mía.
El ritmo se quiebra y ya sigo a ciegas,
sólo fechas mágicas en lo oscuro brillan
entre palabras extranjeras.

 

 

-II-

La sombra de Ariana

Ya la sombra de Ariana un instante guiada
por el partido hilo de la memoria, llega
al viejo laberinto del poema
nunca a la entrada o la salida.

Sólo recuerda el muro arborescente,
algún punto se mueve hacia el centro del muro,
sabe que lo ha mirado largamente de pie
como si nunca hubiera ningún otro.
Adonde antes corría con los ojos cerrados
Ariana titubea, ha de saber que supo
del camino sinuoso y sin embargo exacto.
Donde ve las estrías como en el agua quieta
del muro humedecido, en otro tiempo
la angustia y la alegría trazaban líneas juntas.

Sólo encuentra una frase.
Cuando el itinerario del laberinto pierde
no sabe si es aquella que impulsara sus pasos
o aquella que seguía.
Imperiosa ordenada en mitad de la fiebre
en el frío anulada obedece a las otras.

Entre noche y día nuevamente vuelve
a la orilla de una rosa ya cansada.
Ve los indecisos ríos de colores
del punto morado al pálido punto
Ve el borde, el repliegue colorado y el dédalo
donde cada rosa un color elige.
Vuelve a ver las rosas, nunca más la rosa,
la imprevista, allí los colores viven
y todas las rosas un instante crecen.

Era acosada por las cosas súbitas,
duras, vaporosas.
Se defendía con los ritos
de la palabra con sus gritos
y sus rupturas. Por el ansia
y la efusión de la constancia
el crepitar de la vehemencia
al agua de la complacencia.
Y las cercaba en el amor
o las cercaba en el horror.

No era la cosa sino un movimiento,
parpadeaba en el aire de los ojos
y entraba luego para no salir.

Aunque el sonido se disperse
ardía la dulzura,
aquella misma que gotea
al borde de una música
desvanecida, la más lenta,
y todavía se insinúa
oh, sola y duradera
así pasaba entre los címbalos
nunca rendida por la fuerza
de los acordes sucesivos.
Perdura la más lenta
ha de llegar hasta el olvido.

Sin tregua Ariana daba al ser del laberinto
el esplendor de las vivientes cosas
devoradoras, devoradoras
para morir o hacer morir.
Criaturas y cosas llevaba al interior
para salir de nuevo a buscarlas afuera.

Ariana sabe ahora que ninguno moría,
entre inmortales eran las escenas
simulacros de muerte lograba el arduo juego.
Nunca acabado el ser del laberinto
jamás concluía con las cosas.
Una vez mal herido parecía morir
pero se prolongaba vivo en el adversario.
Más que el poder del laberinto
Ariana amaba al que llevó consigo
cerca del día, en sueños, contra la faz del muro
a solas despertó buscando el hilo en vano.

Ya lo incesante sale de las cosas.
En el poema antiguo ahora se desplazan
ligeramente para reunirse en una sola
inopinada y densa. Por ella sabe Ariana
que fuera leve el peso de la diversidad.

Sólo señales de las cosas
en el trazado del poema.
Otra la faz otra la forma
y lo que puso ya no encuentra.

Ha de saber el nombre
de la arboleda el prado el mar distante,
si recuerda una hoja exacta, algunas briznas como
las viera un día.

O la concisa luz que tornasola
en el vacío de la ausente ola
y sin cesar reforma su corola.

Se apoya en una hoja entre las altas hierbas
tantas y tantas veces llevadas a lo oscuro,
busca en las desiguales lisas blandas o acerbas
puestas juntas, hundidas en el centro del muro.
Descansa en una sola hoja para empezar,
y sin pausas llevarla a algún nuevo lugar…
Ahí, con otros ojos ver el color del mar.

 

 


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