Los
polígonos industriales
Los
polígonos, dices,
me
gustan los polígonos industriales. Sus calles.
Me
gustan las carreteras que se cruzan en perpendicular,
los
árboles que nunca serán altos,
la
vida sencilla de las cadenas de montaje.
Me
gustan las fábricas,
las
fiestas que se montan durante los fines de semana,
cualquier
lugar donde la música no molesta
y la
gente baila como si fuera el fin del mundo;
como
si la intensidad de la noche jamás fuera a interrumpir
los
sueños de grandeza, las ansias de poder,
las
ganas de presunción y delirio.
Tras
la expansión de la juventud, sin embargo;
tras
la ilusión de los concesionarios
y el
destello de los almacenes chinos,
tras
el milagro de la gestión y la logística,
me
gustan los talleres.
Me
gusta lo pragmático, lo simple,
por
fin la tierra allanada y dividida en parcelas,
la
multiplicación de las salas de cine,
las
ventajas de los autoservicios 24 horas.
Siempre
rodeados de soledad,
siempre
dominados por el placer y la aventura,
envueltos
en medio del estupor,
me
gustan los coches que hay aparcados
delante
de los clubs nocturnos,
los
camiones que llegan intempestivamente,
las
luces de las naves comerciales.
Me
gustan las salas de juego,
los
supermercados que hay a la salida de las autovías,
el
esplendor y el descontento,
las
voces de este tiempo tan distinto a otros;
tan
diferente porque me gusta lo nuevo,
lo
verdaderamente nuevo de los polígonos industriales,
la
gente que pasea,
las
extensiones traslúcidas de la vida.
De:
“Street View”
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