Playa
de la Malvarrosa
Una
mañana que no sabía qué hacer,
cogí
el coche de mi chica y me dirigí a Valencia.
Por
el camino,
a la
altura de Teruel,
me
entraron unas ganas terribles de bañarme en el mar.
Me
entró también un hambre atroz,
un
antojo bárbaro de paella de marisco que no lo pude
remediar,
así
que cuando llegué directamente me fui a una terraza
y me
pedí una ración doble.
Mientras
se hacía
le
dije al camarero que me sirviera una copa de vino blanco.
Me
la bebí y luego me puso otra.
Me
acabé el arroz y disfruté de un postre casero.
Me
tomé además un café cortado,
y
después tranquilamente me dirigí a la playa.
Ya
no me apetecía meterme en el mar,
sino
sentarme y contemplar el lugar mientras pensaba
en
Luis Cernuda;
mientras
pensaba en Manuel Altolaguirre, en la juventud
y en
la felicidad,
o al
menos así me gusta recordarlos;
así
me gusta imaginarlos,
corriendo
invictos y relucientes por la playa de la
Malvarrosa
como
en la foto que preside la mesa de mi despacho.
Me
pedí otro gin tónic
y de
pronto sentí que no tenía ganas de volver a casa.
Quería
dormir solo y me cogí un hotel en las afueras.
De
paso aproveché para llamar por teléfono.
Estaba
bien, sí… También el coche… Puedes coger
el
mío…
¿Ropa?…
Llevaba la puesta, pero no necesitaba más.
Simplemente
quería vivir la ausencia, la inquietud;
por
una noche, la mera suposición,
y
después volvería.
De:
“Street View”
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