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Soñé
que una bestia rondaba la casa con un corazón ardiendo. El cielo envolvía todo.
Tuve miedo, Vasia. Mi voz se ahogó en un ruido que era como un taladro
rompiendo la mañana. Tuve miedo. Una ámpula brotó de mi lengua. Corrí por el
bulevar Lenin y no estabas, Vasia, sólo la cama sin tender, y la nada. Ahora
estoy aquí, acariciando tu mano para espantar esa tos que te agita y me
recuerda que dentro de poco estaré sola, con el vientre abultado, el dolor de
parto y la muerte esperándonos en Mitinski.
De:
“Al amor también lo devoró la luz”
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