ALFREDO
HERRERA FLORES
Laberinto
/ Naturaleza
Ciertamente, miramos el laberinto desde adentro.
Fragmentos de naturaleza que confundimos con infierno,
la nuestra es la naturaleza que ha quedado entre dientes,
en el sombrero, en el oscuro cuerpo, en las puertas:
la infancia transcurrida sin remedio.
Convertir la respiración en penumbra me salvaría.
Yo sé que la calle no tiene fin, sonrisa o fe.
Mi habitación en esta ciudad es blanca por dentro,
desde una ventana se puede ver parte del laberinto:
una pared descascarada, un forado, un retazo de cielo.
Gritar no resuelve nada, la belleza está instalada en la ventana,
a merced de la espuma, junto a objetos mágicos
recogidos en ferias artesanales; nadie la ve, sin embargo.
No hay salida. La catástrofe se ha instalado
en todas las esquinas por donde se señala la salida,
pero no hay puertas, ventanas ni espejos;
una enredadera crece infinita floreciendo cada diez años,
aferrada a los muros infructuosos del encierro.
Hablar, entonces, de lo que no se puede tocar
para salir de estas calles sin salida, escuchar al mendigo, al orate,
al vagabundo, a mis amigos embelesados con mi ventana descascarada.
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