Al partir, el beso
Abate el no desprendimiento en la última hoja
que del árbol cae.
No intuyes nunca las vueltas que darás.
Tal vez nos volvamos a ver, le dices
al que parte.
Tal vez el adiós no nos separe jamás.
Y prefiero pensarlo así, labrando otros puntos
de encuentro.
Sujetarse al vacío que deja
armar la próxima estación.
Mirar desde ese lugar el gesto del niño
que te sonríe en la cola del supermercado
cuando su pequeña mano agita un adiós.
Vuelves a las vueltas. La fila te apila.
Te miras en ese espejo.
Acumulas lo que dejarías ir.
Se muere el verano cuando te vas
-oyes en la voz de Sabina-
y se repite la misma canción,
y te alistas para el cambio de paisaje
asumiendo la sordera necesaria.
Entonces el espejo recompone la mirada.
Agudiza el encuadre vertical sí abres
el oído medio, foco alternativo.
Las cejas son nubes de tu meditación.
Los pájaros en estación vuelven a lo apetecible,
en la distante estancia del extrañar.
Partir es hora marcada en la vida.
Coreas el mantra, y vistes el día de arcano mayor.
Nunca sabes la última vez
de cualquier cosa,
ni el beso al partir,
aún menos del resonar de tu propia sombra
en la misma calle de tus andanzas
a las que íngrimo volverás a
ferrado a tus libros de cabecera.
a quienes parten
De: “Fruta hendida”
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