viernes, 1 de agosto de 2025

ENRIQUE WINTER

   

 

Los encallados

 


I

 

El único galeón está varado.

No dará abasto su verduzco mástil

sin la bravura ni las cuerdas.

 

En la playa las saltan niñas de piernas largas

y calzas. – Man-za-ni-ta del Pe-rú,

los octosílabos seducen

a las puestas de sol en sus pancitas.

 

Nos forjó la palabra. Su ritmo lo cantamos

borrachos entre flacas de muy breves vestidos,

obviando el zarpe. Sólo somos un continente,

como contiene al viento

cada bolsa que cubre la falta de ventana.

Puede ella volar hasta yacer en el carbono.

 

Así hemos de volver a la palabra

que llevamos adentro,

arrepentidos de incendiar las naves,

uno a uno en barcazas

para cruzar a remo nuestra desolación.

 

Aterrados cedimos

los maderos por vino.

Dejamos nuestros cuerpos para sacos

donde ocultarnos en el puerto

y vendimos las velas.

Pero lo interno no resiste atracos,

sino del aire. De este muerto

que aloja en nuestras telas.

 

Tan sólo el mar extiende travesías,

lo demás es turismo:

 

las ventanas del bus se empañan

y son más bien espejos

en que sus pasajeros se hermetizan.

 

 

II

 

La palabra hacia la isla Soledad

en la vaina, nosotros, buscando al fin objetos

para innombrar. Pero éste es un viaje sin destino,

la tregua entre los golpes del colegio y la casa.

 

Agitamos las palmas como un fajo

de billetes a crédito.

 

Nunca hemos navegado mar adentro

y tampoco lo haremos esta vez.

Ensordecidos por el ruido

   de levantar vestidos finos,

no oímos canto alguno,

salvo los que sirvieran para abrir nuevas blusas,

enaguas y breteles.

 

Quedamos las vasijas cuales anclas

tiradas sobre la vereda

de un continente de salvajes.

 

Mudos y separados de la falta del aire,

que desmaya rendido y lejos,

prolongando la estela que conduce a Extinguirse.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario