Testimonio
del hombre
Decía
mi abuelo:
antes
los pájaros cantaban
libremente
y el sol alumbraba a las piedras
y mariposas.
Pero de tiempo en tiempo
cambiaron los vientos
y la tierra nuestra se llenó de extraños
que la mearon y pisotearon.
Los animales se escondieron de los intrusos
y buscaron en los montes piedras
para ocultarse de los extranjeros.
Hoy mi padre dice:
¡Ya tenemos
mucho lodo en los ojos
y es justo limpiarlos!
Las piedras empiezan a decir malas palabras.
Los extranjeros tienden a desaparecer.
Luego yo, poeta campesino, digo:
¡Es hora de cortar el viejo lazo
que sostiene la carga
y empezar de nuevo
a vivir en la montaña!
Ahora que las piedras vuelan,
¿dónde están los extranjeros?
Aquel
gris humano se reía de su pata coja
Amaneció
cansado de la vida.
Vaciló.
Rompió el flácido flaqueo de sus piernas
y empezó a caminar
muy lentamente.
Su dura sombra lloró al
ver
su triste esqueleto
y arqueó sus largos y
suaves brazos.
Caminó, entonces, con sus labios,
con su lengua,
gritando:
“El
tiempo ya no existe”.
Ajustó los ingentes ojos a la sombra
y en el silencio lloró
espesamente.
Hoy,
el antiguo humano
se pierde con sus hojas,
con sus palabras cojas,
con sus mudas congojas
vestidas
con las grises y melancólicas concavidades de la noche.
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