sábado, 29 de noviembre de 2025

RIGOBERTO GÓNGORA

 

 

Testimonio del hombre

 

 

Decía mi abuelo:
                               antes los pájaros cantaban
libremente
y el sol alumbraba a las piedras
                                                        y mariposas.
Pero de tiempo en tiempo
cambiaron los vientos
y la tierra nuestra se llenó de extraños
que la mearon y pisotearon.

Los animales se escondieron de los intrusos
y buscaron en los montes piedras
para ocultarse de los extranjeros.

Hoy mi padre dice:
                                   ¡Ya tenemos
mucho lodo en los ojos
y es justo limpiarlos!

Las piedras empiezan a decir malas palabras.
Los extranjeros tienden a desaparecer.

Luego yo, poeta campesino, digo:
¡Es hora de cortar el viejo lazo
que sostiene la carga
y empezar de nuevo
a vivir en la montaña!

Ahora que las piedras vuelan,
¿dónde están los extranjeros?

Aquel gris humano se reía de su pata coja

Amaneció cansado de la vida.
Vaciló.
Rompió el flácido flaqueo de sus piernas
y empezó a caminar
muy lentamente.

          Su dura sombra lloró al ver
          su triste esqueleto
          y arqueó sus largos y suaves brazos.

Caminó, entonces, con sus labios,
con su lengua,
                          gritando:
                                           “El tiempo ya no existe”.

Ajustó los ingentes ojos a la sombra
y en el silencio lloró
                                    espesamente.

Hoy,
          el antiguo humano
                                             se pierde con sus hojas,
                                             con sus palabras cojas,
                                             con sus mudas congojas
                            vestidas
con las grises y melancólicas concavidades de la noche.

 

 

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