El
final de los tiempos
La
calle y su frío dolor inútil.
Wolframio,
el melancólico escaparate
que
tras de ti proyecta su mortal sombra.
El
bolero y la diva de quien cae el brazalete, el despojo
de
las glorias en que horas había
y
era posible la idea: Piensa en mí.
El
abrazo o el penúltimo rescoldo del fuego último,
la
media sonrisa letal y acibarada,
el
banco de una noche extremoungida,
la
suerte y su venganza coincidente,
el
lógico error del beso a ambos lados del rostro,
piruetas
de Cicerón: De amicitia.
El
cielo indistinto: transparente alabastro a trozos.
Hundir
en aoristo, paralelas del cansancio;
reverbero,
rechinar, fractura de almas.
Y
el sándalo se derrama como un horror
y
abiertos los sepulcros recuerdan otras calles:
fatal
perfume o radiografía.
Ya
no es hora. Ya el ojo inmortal
del
universo se deslíe y difumina.
El
adiós más cruel consiste en un hasta mañana.
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