martes, 1 de julio de 2014

PEDRO ÁNGEL CEBOLLERO


 
 

Canto a la fuente

 
 

En el jardín, dormida como un ave encantada,
la fuente hila incesante sus bordados de espuma:
se diría una novia sonámbula sentada tejiendo
un nupcial velo con sus dedos de pluma...

En la noche se angustia la fuente corno un roto
corazón que ha perdido su amor y su consuelo,
y su rumor se escucha como el eco remoto
de un clamor dolorido que se eleva hasta el cielo...

¿Qué dolor infinito canta en sus surtidores?
Cien hojas secas llevan cadáveres de ensueño,
y el rumor de la fuente es un llanto de flores
que lloran asustadas corno un niño pequeño...

Voz sollozante y húmeda, voz de sueño y fragancia,
rayo de sol dormido, llanto oculto y sonoro,
vaso de antiguo y noble baccarat, donde escancia
el sol sorbos de plata y burbujas de oro...

¡Fuente, hermana doliente, frágil, sutil y pura,
qué honda llega tu música dentro del corazón,
y qué pozo escondido de dolor y amargura
revuelven las caricias de tu suave canción...!

El crepúsculo lívido de muchas tardes grises
pintó de rosas muertas los senderos floridos,
y el sol agonizante dejó áureos matices
en las corrientes trémulas de tus chorros dormidos...

Mi corazón sangrante vuelve a ti en las serenas
melodías de luces de la tarde dormida,
a buscar para el hondo gris triste de mis penas
una pátina de oro de tu luz escondida...

Y cuando de la noche el soplo estremecido
con un beso fragante borra del sol las huellas,
unen sus serenatas a tu rumor dolido,
en tu pecho de virgen, prendidas, las estrellas...

Entonces, voz doliente de plata, voz bendita,
eres la canción lánguida sin principio ni fin,
que entona desde el fondo de la noche infinita
mi pobre novia muerta, mi rubia margarita
con el acento triste de su voz de jazmín...

 

 

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