domingo, 31 de mayo de 2015

SALVADOR RUEDA

 

Discurso de Afrodita

 

Si Venus Afrodita hablase un día,
dijera así: «Sed, pechos maternales,
sagrados y serenos manantiales
de paz, de amor, de leche y de poesía.

Sed, caderas, que iguala la armonía,
santo molde de razas inmortales;
sed, labios, aromáticos panales
donde los besos zumben de alegría.

Sed, manos, como rayos de luz pura,
que donde toquen viertan la hermosura;
sed, amplias frentes, llamas generosas.

Y sed, ojos de vivos resplandores,
ríos de luz, d-e músicas y flores,
que entero el mundo coronéis de rosas.


 

MANUEL PONCE




La flagelación

 

No está lejano el día
en que me siembren surcos de claveles.

 

JUAN BAÑUELOS


 

Mientras la tierra gira

 

Nada. Sino esta mancha corrosiva.
Día sin sol. Apenas la pequeña
salud del que sin paz sin sueño sueña
qué lenta el hambre enyesa la saliva.

Ni el amor me detiene. Es sensitiva
la roca que del monte se hace dueña
y sentada en su sombra fiel, se empeña
en rodar hacia abajo a la deriva.

Lluvia. Polvo. La soledad. La escarcha.
El tiempo, reducido a pedacitos,
mi sangre está llevándolo en su marcha.

Debajo de los pies la tierra gira
(qué silencio cruzado de aerolitos).

No es sordo el mar: sólo es un pez que mira.

 

 

 

CARMEN ALARDÍN


  

Luz precipitada

 
Pronto acabó el otoño para ella.
Su sombra se perdió sobre los hielos
de la galaxia más lejana,
olvidando que un árbol se desnuda
frente al ojo de un cíclope
invisible.
Pronto apagó su inesperado incendio,
y dejó de habitar esas higueras
donde el Buda su sueño alimentó.
Pronto dejó caer aquellos círculos
de sus ojos maduros,
dejando sólo el cáliz de ese cuerpo
que nadie pudo consagrar.


 

 

THELMA NAVA


 


Destino de las palabras

 

Navegamos los días
y las palabras viajan hasta darnos la mano
las palabras incendio
                                en los labios insomnes
las palabras incendio
                                festín de fuego para el solitario.

¿Qué destino para las palabras?
Se recomienza siempre y se vuelve
a la palabra primitiva
                                la que ata
y nos seduce
                   viva
                         temblorosa
                                          cálida
como una mano en la espalda desnuda
o la tibieza de un cuerpo no besado.

 

AURORA REYES


 
 

Magnolia

 

Hoy, blanca y luminosa,
naciste Yololxóchitl:
magna flor de las flores.
La luna es tu diadema cuajada de diamantes.
Hoy, blanca y luminosa,
naciste, Yololxóchitl.

 

 

sábado, 30 de mayo de 2015

CESAR SIMÓN



A una joven en el parque


Y sí, la muerte es esto:
tú, criatura, ahora,
apoyada en el árbol,
conversando, jugando.
con el otro.

Es ahora.
                   Te veo.
                                  Es un segundo.
Te irás. Te alejarás. Ahora
es todo lo más claro
posible.



De "Erosión"

 

LÍBER FALCAO


 
 

Final
                  A la memoria de Romain Rolland

 

Adiós dijo
Adiós al mundo, muero...
Salud amigos,
y se fue cantando
entre los trigos.

Se fue el viajero.
Y una más que todas
triste espiga,
dobló su fruto
hacia la tierra amiga.

 

AMADO NERVO

 


Pasas por el abismo de mis tristezas...

 

Pasas por el abismo de mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares,
ungiendo lo infinito de mis pesares
con el nardo y la mirra de tus ternezas.

Ya tramonta mi vida, la tuya empiezas;
mas, salvando del tiempo los valladares,
como un rayo de luna sobre los mares,
pasas por el abismo de mis tristezas.

No más en la tersura de mis cantares
dejará el desencanto sus asperezas;
pues Dios, que dio a los cielos sus luminares,
quiso que atravesaras por mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares.

 

 

ALFREDO VEIRAVÉ


 

Adán y Eva

 

En segundo lugar las fanerógamas y los vermes
    dictan sus formas con otras fórmulas químicas
aviesas en la continuidad de las especies.
          De la misma manera los ocultos segmentos de la
                                                  [locura (momentánea)
se transfieren de un cuerpo a otro y convierten en globos
                                                                            [terrestres
a las cándidas hijas de las matronas.

 

 

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA




Midnight dreams

 

Anoche, estando solo y ya medio dormido,
Mis sueños de otras épocas se me han aparecido.

Los sueños de esperanzas, de glorias, de alegrías
Y de felicidades que nunca han sido mías,

Se fueron acercando en lentas procesiones
Y de la alcoba oscura poblaron los rincones

Hubo un silencio grave en todo el aposento
Y en el reloj la péndola detúvose al momento.

La fragancia indecisa de un olor olvidado,
Llegó como un fantasma y me habló del pasado.

Vi caras que la tumba desde hace tiempo esconde,
Y oí voces oídas ya no recuerdo dónde.

.............................................................................

Los sueños se acercaron y me vieron dormido,
Se fueron alejando, sin hacerme ruido

Y sin pisar los hilos sedosos de la alfombra
Y fueron deshaciéndose y hundiéndose en la sombra.

 

ELIZABETH BISHOP


 

Pequeño ejercicio

 

Piensa en la tormenta que ronda por el cielo
como un perro en busca de un lugar donde dormir
escucha cómo gruñe.

Piensa cómo ha de verse el cordaje del mangle
tendido allí afuera e insensible al relámpago
en oscuras familias de fibras ásperas,

allí donde a veces una garza se despeina,
sacude sus plumas, hace un incierto comentario
cuando a su alrededor el agua brilla.

Piensa en el bulevar y las pequeñas palmeras
clavadas en fila, que se revelan de improviso
como puñados de flexibles peces —esqueletos.

Está lloviendo allí. El bulevar
y sus rotas aceras con hierbas en cada ranura
sienten el alivio de estar mojados, y el mar de refrescarse.

Ahora la tormenta vuelve a alejarse en una serie
de minúsculas, mal iluminadas escenas de batallas,
cada cual en “Otra parte del campo”.

Piensa en alguien que duerme en el fondo de un bote,
amarrado a las raíces del mangle o al pilote de un puente;
piénsalo indemne y apenas perturbado.

viernes, 29 de mayo de 2015

GUADALUPE AMOR

 

Me acerqué…

 
Me acerqué hasta tu puerta
temerosa intenté tocar la aldaba
Fue una tarde desierta
En el muro dejaba
esplendores la flor de la guayaba

 

 

ALFONSO CORTÉS

 


Cuadro

 
 
El pajarito, cuyas alas eran caricias,
que tiraba el carrito del divmo Flechero
y que me trajo a diario manojos de delicias
que dejaba a mi cuarto, —ha vuelto ahora, pero

fatigado ha caído junto a mí; alcé los ojos
y vi sus alas rotas, el pecho desplumado,
y en el carrito, dulces y muertos, los despojos
del niño, y el cadáver de una serpiente al lado.

 

 

ANTONIO COLINAS


 

Encuentro con Ezra Pound

 

debes ir una tarde de domingo,
cuando Venecia muere un poco menos,
a pesar de los niños solitarios,
del rosado enfermizo de los muros,
de los jardines ácidos de sombras,
debes ir a buscarle aunque no te hable
(olvidarás que el mar hunde a tu espalda
las islas, las iglesias, los palacios,
las cúpulas más bellas de la tierra,
que no te encante el mar ni sus sirenas)
recuerda: Fondamenta Cabalá,
hay por allí un vidriero de Murano
y un bar con una música muy dulce,
pregunta en la pensión llamada Cici
donde habita aquel hombre que ha llegado
sólo para ver gentes a Venecia,
aquel americano un poco loco,
erguido y con la barba muy nevada,
pasa el puente de piedra, verás charcos
llenos de gatos negros y gaviotas,
allí, junto al canal de aguas muy verdes
lleno de azahar y frutos corrompidos,
oirás los violines de Vivaldi,
detente y calla mucho mientras miras:
Ramo Corte Querina, ése es el nombre,
en esa callejuela con macetas,
sin más salida que la de la muerte,
vive Ezra Pound

 

MARTIN ADÁN


 

Punto
At length the man percives it dieb away
And fades into the ligth of common day 
Wordsworth

 
                                 
Pues la rosa venidera,
Próspero seno errabundo,
Fruto y flor y amante y mundo,
Lírica, acoge si espera.
Punto en que pulula esfera
De épico tacto, futura,
La facción de la Hermosura
Va, derechera y estable,
Derrota inconmensurable
De celestial singlatura.


 

 

 

IVÁN CARVAJAL


 

Si oí mi nombre

 

Si oí mi nombre fue en antigua cabala
cavando fosas nuevas para cadáveres lejanos
dejados en los puentes sin defensa

rientes mujeres escoltaron el valseo
el entierro

                            en una noche
más de una vez revolvieron las Termopilas
fugaz es el tiempo gastado en las escaramuzas
y no hay otra realidad del tiempo que no sea el instante

entre dadivosas diosecillas de puerto
abandonado a sus musitaciones
a las mutaciones de una sala baldía
de un cielo de huríes
desencantado
de una buena vez pierde las llaves de la memoria
me dije
no es de la floristería de donde llegan las rosas
no
en las pajareras desplumarán las aves

incurro en la rapiña
discurro
que tremen afuera las máquinas
entre nubes
en cadalsos
que truenen rujan pujen
impulsen sucumban
ronroneantes
mi oreja se presta a las fabulaciones
muero tal vez
tal vez me estoy muriendo en esta ciudad de provincia
a las ocho corren las aldabas
en este cuarto
con el plato de garbanzos
y el garbo
y la radio
revolotean las moscas

¡ah!
roto el encanto
maneja el alboroto a su arbitrio
y si un paso se ha de dar
que sea al acaso
bajo el acoso del azar
que el dedo se deje en la huella
no puesto en la llaga
allega la pluma de pavorreal
a la esquirla
acerca
acerca la llama
al ala de la libélula
y con triquiñuelas
has de pasar un camello
por el ojo de una aguja
o el hilo uncirá retazo a retazo
la página

roto el encanto
maneja el escarnio
y nada o poco ayuda la convicción
la metafísica te encierra en casa
la máscara te da ventajas
y qué decir
un tiempo hubo largo para el ocio
y otro que fue heroico
fatuo
y otro quizás de vino y lecho

tiempos hubo para embarcar en el cascote
aventurar recortes del mundo novedosos
un ruido de tambor
sonando en el corazón del África Negra
¡no!
un tobogán al límite
¡no!
la maldición de las viejas sabidurías
yo sólo sé que me levanto al nuevo día
con mi pereza de angelote rubicundo
ya una mañana caminaba por la ciudad de Brujas
o en otra parte vieron a estribor el humo de tabaco
de nosotros los extraños sentados a la ribera
de un gran río interiorano

eché a andar a bajar y a subir escalinatas
¡cómo están los laberintos de fáciles
de franquear!
                       y en una tienda de esquina
miré los anaqueles
                                           pero no
yo sé que nada de esa historia
viene saltando sobre estos zapatos de goma

hoy me atrae el jolgorio
de un barrio de putas
al anochecer
el grito de las lavanderas
al mediodía
entre las sábanas
¿y qué me importa aquél
que sollozaba
en medio de la estepa
por la loba que perdía sus huérfanos
en la primera ciudad?
¿acaso me levanté para andar
con cánticos de fraile y el jubón del soldad
y usurpé en la posada el lugar
del fornicador al fin arrepentido
y en la plaza una jornada del verdugo?

ahí
en ei mercado
comprando fruta
oí mi nombre
en la confusión
en vano
                   en vano
ningún rostro es cabal
en el desván será posible
sorprenderse aún
con más de un descubrimiento
de un fingimiento

a la luz del día
mudo mi linfa
enfático
por una sola vez
en el ajedrez paso de alfil a peón
de máscara a máscara
cáscara
cara que horada una mancha
de tinta

aproxima espermas
en la noche de los gatos pardos
ara en el mar y en la loza
espera del vidrio la multiplicación
de los panes
¿obrará este canto?
¿abrirá un prodigio?
prodigar hijos pródigos que no retornen a casa
prohijar a los huérfanos del carnaval
especular contra los espejos

¿oí mi nombre alguna vez?
alguna voz
¿he edificado una ciudad
escondida en las sierras?
¿llevé grandes piedras a Sagsayguamán?

al otro lado de la isla solitaria del pensamiento
graba la uña: “Francis Drake, pirata isabelino”
y en la cueva de la ensenada
guardan aún los duros camastros apoyados contra la roca
allí donde debieron dormir los fascinantes facinerosos
pero hoy para mí es un sueño espléndido
después de las chanzas y las hazañas
no la piratería sino el carraspeo
de la tristeza holgando por los pasillos

nada
nada ayuda la convicción
aleja los vericuetos de la memoria
pero avanzaremos con la hoguera
arrastrándonos por las dunas
abriendo las brumas a escopetazos
que otros polvos recogerán nuestros abrigos
otras aguas salpicadas

y que traten de pasar
clavos por aldabas aldabas
por puertas puertas
en jaurías jaurías
a cuchillo pueblos exaltados
orquestados
encaramados en sus banderas

¿oí mi nombre?

repiquetean gritos
ecos
altavoces
repiquetean
murmullos
de una mujer a mi costado
en un cuartito azul
en el barrio Aguarico
una mujer reposa a tu costado
mis gigantescos olvidos
tus muertos pasados
la miseria dantesca en
una mujer contigo
tu muerte en la pequeña ciudad provinciana
la muchedumbre afuera y el ruido
que ha abolido de una buena vez
tu nombre.

 

JOSÉ CARLOS BECERRA




El halcón maltés
                                                            A Carlos Monsiváis



Ahora, cuando tus sistemas de flotación se han reducido a
    tus retratos,
a las vías por donde vas desapareciendo de ti mismo,
    borrándote de aquello que querías;
a tu resurrección le crece el mismo musgo que a tu cuerpo
    invisible atrapado por la visibilidad de tu retrato,
    y todo aquello
que pensaste que amabas o simplemente odiaste de paso,
resplandece de nuevo fuera de ti en la piedra angular de
    otro escalofrío,
mientras alguien que cruza la puerta de salida de tus
    retratos, siente cómo la noche rebosa tu muerte en uno
    de esos bares situados
en el subsuelo de cualquier viejo edificio de la Tercera
    Avenida
al mismo tiempo que en otro lugar vuelven a encenderse
los reflectores que te iluminaban
o acoplaban la sombra de alguno de tus gestos, de tus
    meditados descensos al infierno,
donde el olor de la pólvora recubría a la figura que emerge
    del espejo
frente al cual disparabas tu pistola.

Reconstruyendo, pues, lo que te iba rodeando,
lo que ibas rodeando con la misma sobriedad de que se vale
    un alcohólico
para rastrear la soga de su miedo,
valiéndote del polvo que en tu mirada iban depositando los 
    puñetazos
y la confusa humedad del amor;
el vaso de whisky en el centro de lo que callabas,
el viaje de la noche que alguno de aquellos reflectores
    reproducía en tu rostro,
el frío cañón de una 38 automática apoyado en la boca del
    estómago mientras la boca de la nada parecía
    mordisquear el cañón,
y esa mujer de larguísimas piernas y rostro anguloso y voz
    recién salida del amor o simplemente del humo de un
    cigarro,
contemplándote desde la penumbra del bar,
mientras era en su cuerpo donde el infinito desmadejaba el
    laberinto
que sustituye a veces al disparo de una pistola.

Ah sí, lo que tú codiciaste;
aquello que dejabas que tu rostro inventara,
aquello que no pasaron por alto tus puños y tu pistola, tu
    mueca y tu sonrisa interminablemente mezcladas,
obsesionadas la una de la otra como dos locos puestos a tu
    servicio.
Sí, nada quedó de aquello
y tampoco de aquel despacho desde cuya ventana
podían mirarse, entre los rascacielos, los muelles de San
    Francisco.

Eran tus caprichos de luchador derrotado, era tu burlona
    mirada,
eran los espacios ocultos donde no cesabas de cicatrizar,
en cualquiera de aquellas escenas donde estabas a punto
    de cerrar la puerta a tus espaldas anulándolo todo;
con el rostro magullado por los golpes y por las patadas,
buscando tú también aquel Halcón Maltés en el que nunca
    creíste,
porque tal vez era de mala suerte para encontrarlo creer
    en él,
o porque quizás la esperanza te hubiera conducido más
    rápidamente a esa derrota
que, pese a todo, nunca esperaste.

Sí, todas aquellas,
enfundadas en sus medias de seda,
enfundadas en su ronda de carne cuya espuma es necesario
    detener,
en sus vacíos de botella encontrada en el mar sin el
    imaginado mensaje,
todas aquellas se perdieron en otras que ya no te
    contemplan ni te esperan,
imágenes donde la penumbra de la sala de cine construye
    su nublada y salitrosa reunión,
allí donde el dolor corrompe al asombro.

Ah, qué viejo, pero qué viejo se ha vuelto ese ring
donde tanto luchaste,
qué cansado se ha vuelto aquel heroísmo,
cuántos pasteles se elaboran con ello, y ya nadie
se los estrella a nadie en la cara como tú sabías
sutilmente hacerlo.
Pero observemos con atención ese ring vacío,
evitando la luz universal de los reflectores, observemos
esa blanca superficie vacía. Observemos,
simplemente los dados echados sobre esa superficie o mesa
    de juego,
simplemente los dados echados,
y los jugadores que acaso queden, ocultos
en la sombra, mirando los dados.
Y en esa inmovilidad, que es además la única explicación
    del movimiento, el único molde del movimiento;
podremos sentirte a ti desapareciendo,
abandonado por tus sistemas de flotación y transcurso;
desapareciendo sin cesar por todos los límites y las
    colocaciones de esa mesa o superficie que va a
    iluminarse,
a una distancia infinita de esa mesa
donde el movimiento vuelve a comenzar sin que el molde
    desaparezca por ello.
A una distancia infinita del ruido donde esos dados repiten
    la jugada,
asociando otra vez los hundimientos del sueño
con la suma donde los dados crían
ese vacío adherido a lo que va apareciendo.

Atrapado por el agujero en que te has convertido,
sin poderte salir vas pasando a través del ruido de esos
    dados que siguen rodando por la mesa cuando tú ya te
    has levantado,
cuando sólo derivas hacia el lugar donde el vacío se hace
    visible;
a una distancia infinita de esa mujer que canta un viejo fox,
    Night and day, por ejemplo,
junto al piano de un bar
—si es que dicha escena puede repetirse—
a una distancia infinita de esa canción y de esa voz
    elaborada “con lo mismo que se fabrican
los castillos en el aire…”
 

De “La venta”

 

jueves, 28 de mayo de 2015

ELIZABETH BISHOP


 

El descreído
Duerme en la punta de un mástil
Bunyan



Duerme en la punta de un mástil
con los ojos firmemente cerrados.
Debajo de él, cuelgan las velas
como sábanas que cayeran de su lecho
exponiendo al aire de la noche la cabeza del durmiente.

Lo transportaron allí dormido
y se ovilló, dormido,
como dorada esfera en la punta del mástil
o ascendió dentro de un pájaro dorado,
o ciegamente se instaló a horcajadas.

“Me apoyo en columnas de mármol”,
dijo una nube. “No me muevo nunca.
¿Ves allí las columnas, en el mar?”
A salvo en la introspección, se asoma
a ver las acuosas columnas de su propio reflejo.

Bajo sus alas, abría las suyas una gaviota
y observaba que el aire era “como mármol”.
“Aquí arriba”, dijo él, “me remonto
a través del cielo, porque vuelan
las alas de mármol sobre la punta de mi torre”.

Pero duerme en la punta de su mástil
con los ojos muy bien cerrados.
Indagó su sueño la gaviota,
y el sueño era: “No debo caer.
Resplandesciente a mis pies, el mar quiere que caiga.
Es duro como los diamantes: quiere destruirnos a todos”.

 

ÁNGEL GONZÁLEZ


  

Discurso a los jóvenes

  

De vosotros,
los jóvenes,
espero
no menos cosas grandes que las que realizaron
vuestros antepasados.
Os entrego
una herencia grandiosa:
sostenedla.
Amparad ese río
de sangre,
sujetad con segura
mano
el tronco de caballos
viejísimos,
pero aún poderosos,
que arrastran con pujanza
el fardo de los siglos
pasados.

Nosotros somos estos
que aquí estamos reunidos,
y los demás no importan.

Tú, Piedra,
hijo de Pedro, nieto
de Piedra
y biznieto de Pedro,
esfuérzate
para ser siempre piedra mientras vivas,
para ser Pedro Petrificado Piedra Blanca,
para no tolerar el movimiento
para asfixiar en moldes apretados
todo lo que respira o que palpita.

A ti,
mi leal amigo,
compañero de armas,
escudero,
sostén de nuestra gloria,
joven alférez de mis escuadrones
de arcángeles vestidos de aceituna,
sé que no es necesario amonestarte:
con seguir siendo fuego y hierro,
basta.
Fuego para quemar lo que florece.
Hierro para aplastar lo que se alza.

Y finalmente,
tú, dueño
del oro y de la tierra
poderoso impulsor de nuestra vida,
no nos faltes jamás.
Sé generoso
con aquéllos a los que necesitas,
pero guarda,
expulsa de tu reino,
mantenlos más allá de tus fronteras,
déjalos que se mueran,
si es preciso,
a los que sueñan,
a los que no buscan
más que luz y verdad,
a los que deberían ser humildes
y a veces no lo son, así es la vida.

Si alguno de vosotros
pensase
yo le diría: no pienses.

Pero no es necesario.

Seguid así,
hijos míos,
y yo os prometo
paz y patria feliz,
orden,
silencio.

 

ALFREDO VEIRAVÉ


 

Especies vegetales

  

La palmera pindó es una envidiable introvertida
como un ejecutante de jazz que improvisa sus temas bajo
                                                                       [el vuelo
                                     de los loros,
    el jacaranda en cambio es un árbol femenino
sin inhibiciones y más bien con un orgullo legítimo por
                                                             [su belleza;
el palo borracho aún pálido y anémico por el
                                       [problema de sus
                                              glándulas
jamás puede disimular ese complejo de su apariencia
                                                                [que lo hace
desconfiar de todas las conversaciones en las cuales cree
    oír alusiones a sus formas.
Solamente el gomero, suave y refinado, silencioso y
                                           [seguro de sí mismo
cultiva el arte de la percepción frente a los más severos
                                                                 [críticos
y con buenos modales en las fiestas mundanas
sonríe para adentro sabiéndose dueño de un secreto
                                                          [poderoso.

 

 

 

 

GERARDO DENIZ


 

Hueledenoche

 

Terrestre la noche abierta en tantos lagos redondos
(comparten sin saberlo las cosas del cielo)
y ahora también, de pronto,
en esa flor de las afueras,
esa flor hecha casi de aire,
aroma sólo y que tal vez no existe
—o es la vocal más honda, ya silencio; es un monarca débil
    recorriendo a tientas
la quietud de su reino amenazado
—carencias del idioma y erosiones despacio,
escándalo del sueño cuando el pezón despierta en la punta
    de la lengua bajo su túnica de pétalo marchito.

Ante las fronteras pernocta el mar y por su piel salada
    discurren ciertos signos,
dédalos de algas pardas.
                                      Cosas son de lo oscuro.

 

(Turtle Island, 1974)

 

 

LÍBER FALCAO




Desgracia

 

Perdona, pero tú no sabes.
¿Sabes lo que es estar solo, solo,
volver a casa a las dos de la mañana,
mojar un pan mohoso, triste y duro,
roerlo solo,
y sentado en una orilla del mundo
ver a los astros que rutilan
y no saber qué preguntar ni qué decir,
y confundir las hambres, y roer solo tú allá...
un pan mohoso, triste y duro?

Perdona, yo anduve un día, mucho tiempo,
calles y calles junto a puertas y paredes,
nadie dijo mi nombre;
sólo tú una vez, y qué locura,
para tu frente de violetas
tuve una risa de dos dientes.

 

 

ELISEO DIEGO

 

Ponte la vieja camisa que sabe

 

Ponte la vieja camisa que sabe
del año rumoroso y del tranquilo
año inocente de sucesos graves
como tela de ciegos, azulados hilos.

Ponte el sombrero de ilusión caída
que te alegraba con su tosca nieve.
Ponte el chaleco de las bienvenidas
y la corbata ilustre de las nueve.

Porque es seguro que vengan esta tarde,
porque es seguro que vengan a decirte
algo importante como un noble alarde

que te bastara para no morirte.
Pero mira la noche, ya es muy tarde,
y apenas esperabas, debes irte.

 

miércoles, 27 de mayo de 2015

CAROLINA CORONADO



 
La luna es una ausencia

 

Y tú, ¿quién eres de la noche errante
aparición que pasas silenciosa,
cruzando los espacios ondulante
tras los vapores de la nube acuosa?

negra la tierra, triste el firmamento,
ciegos mis ojos sin tu luz estaban,
y suspirando entre el oscuro viento
tenebrosos espíritus vagaban.

yo te aguardaba, y cuando vi tus rojos
perfiles asomar con lenta calma,
como tu rayo descendió a mis ojos,
tierna alegría descendió a mi alma.

¿Y a mis ruegos acudes perezosa
cuando amoroso el corazón te ansía?
Ven a mí, suave luz, nocturna, hermosa
hija del cielo, ven: ¡por qué tardía!

 

 

JAIME SILES


 

Daimon Atopon
                                                      A Marifé y Pepe Piera

 
I

Se te puede buscar bajo un ciprés de espuma,
en los dedos del aire, metálico del sueño,
en un volcán de pájaros incendiados de nieve
o en las olas sin voz de los peces de plata.

Te ocultas en los ríos,
en las hojas de piedra,
en las lunas heladas.
Vives tras de las venas,
al borde de los dientes,
invisible en la sangre, desnuda, de la aurora.

Te he visto muchas veces arder en los cristales,
saltar en las pupilas,
consumirte en los ecos de un abismo innombrable.

Tu sombra me dio luz,
acarició mi frente,
se hizo cuerpo en mi boca.
Y tu mirada quema, relámpago de hielo,
humo en las cejas,
lava.



II
Árbol de olvido, tú,
cuerpo incesante,
paloma suspendida sobre el vértigo.
Hay una sal azul tras de tus cejas,
un mar de abierto fuego en tus mejillas
y un tic-tac indecible que me lleva
hasta un profundo dios hecho de espuma.

Y es otear el aire,
arañar el misterio,
acuchillar la sombra.

Y te voy descubriendo,
metálica mujer, entre el espino:
un murmullo de sangre transparente
en el rostro perdido del silencio.

 
III
Por ti la luz asciende a mediodía,
arena prolongada hasta mis labios,
hilo de tierra ardiente y presurosa
donde el espacio brota mas intenso.

Es un géiser de espuma,
de interrumpida lava,
de paloma incompleta
que multiplica el aire en dimensión de voces.

Todo es música, nota, diapasón.
Hasta los cuerpos, en la nada, suenan.

De "Canon" 

 

 

RUBÉN DARÍO


 

Tarde del Trópico

 

Es la tarde gris y triste.
Viste el mar de terciopelo
Y el cielo profundo viste
De duelo.

Del abismo se levanta
La queja amarga y sonora.
La onda, cuando el viento canta,
Llora.

Los violines de la bruma
Saludan al sol que muere.
Salmodia la blanca espuma:
Miserere.

La armonía del cielo inunda,
Y la brisa va a llevar
La canción triste y profunda
Del mar.

Del clarín del horizonte
Brota sinfonía rara,
Como si la voz del monte
Vibrara.

Cual si fuese lo invisible...
Cual si fuese el rudo son
Que diese al viento un terrible
León.

 

 

LEOPOLDO LUGONES


  

Piano


Un poco de cielo y un poco de lago
donde pesca estrellas el glácil bambú,
y al fondo del parque, como íntimo halago,
la noche que mira como miras tú.

Florece en los lirios de tu poesía
la cándida luna que sale del mar,
y en flébil de azul melodía,
te infunde una vaga congoja de amar.

Los dulces suspiros que tu alma perfuman
te dan, como a ella, celeste ascensión,
la noche..., tus ojos..., un poco de Schuman...
y mis manos llenas de tu corazón.


 

 

 

 

 

DELMIRA AGUSTINI


 

En tus ojos


¡Ojos a toda luz y a toda sombra!
Heliotropos del Sueño! Plenos ojos
que encandiló el Milagro y que no asombra
jamás la vida... Eléctricos cerrojos
de profundas estancias; claros broches,
broches oscuros, húmedos, temblantes,
para un collar de días y de noches...
Bocas de abismo en labios centelleantes;

natas de amargas mares nunca vistas;
claras medallas; tétricos blasones;
capullos de dos noches imprevistas
y madreperlas de constelaciones...

¿Sabes todas las cosas palpitantes,
inanimadas, claras, tenebrosas,
dulces, horrendas, juntas o distantes,
que pueden ser tus ojos?... ¡Tantas cosas

que se nombraran infinitamente!...
Maravilladas veladoras mías
que en fuego bordan visionariamente
la trama de mis noches y mis días!...
Lagos que son también una corriente...

¡Jardines de los iris! devorados
por dos fuentes que eclipsan los tesoros
sombríos más sombríos, más preciados..
Firmamentos en flor de meteoros;

fondos marinos, cristalinas grutas
donde se encastilló la Maravilla;
faros que apuntan misteriosas rutas...
Caminos temblorosos de una orilla

desconocida; lámparas votivas
que se nutren de espíritus humanos
y que el milagro enciende; gemas vivas
y hoy por gracia divina, ¡siemprevivas!
y en el azur del Arte, ¡astros hermanos!


 

LUIS G. URBINA


 

La balada de la vuelta del juglar
                                                                     A Rubén Campos



-Dolor: ¡qué callado vienes!
¿Serás el mismo que un día
se fue y me dejó en rehenes
un joyel de poesía?
¿Por qué la queja retienes?
¿ Por qué tu melancolía
no trae ornadas las sienes
de rosas de Alejandría?
¿Qué te pasa? ¿Ya no tienes
romances de «yoglería»,
trovas de amor y desdenes,
cuentos de milagrería?
Dolor: tan callado vienes
que ya no te conocía...

Y él, nada dijo. Callado,
con el jubón empolvado,
y con gesto fosco y duro,
vino a sentarse a mi lado,
en el rincón más oscuro,
frente al fogón apagado.
Y tras lento meditar,
como en éxtasis de olvido,
en aquel mudo penar,
nos pusimos a llorar,
con un llanto sin ruido...
 
* * *

Afuera, sonaba el mar...
 

 

martes, 26 de mayo de 2015

LEOPOLDO PANERO


 

Canción con tu humildad

 

¡Cómo apagas mi sed
con tu humildad! ¡Tu mano
estremece en mi pecho
la sombra del dolor, igual que un pájaro
entre las ramas verdes, junto al cielo!
¡Cómo traes a mis labios
con tu humildad la luz sobre tu frente
lo mismo que la nieve sobre el campo,
y me apagas la sed de haber llorado
de humildad, al tenerte,
dormida, como un niño, entre mis brazos!

 

JOSÉ LUIS VILLATORO


 

Exorcismo

 

En los ojos
llevas un pez muerto
-un pez nocturno-
y un pájaro disecado.
Ha de ser por miedo
-el miedo a la libertad de expresión
que padecen los analfabetos.

Pero ayer te exorcisaron
y te dieron permiso
para otros menesteres

-gracias señores
buhoneros de la verdad-

así que ahora llevas
con entera libertad tu pez
y tu pájaro entre los ojos

-ya eres salvo.

 

 

FINA GARCÍA MARRUZ


 

Como un romano

 

Quién sirve
como un romano
-ese monarca
natural- una cena?

A quién no merma
jamás su oficio
sino alegría?

Rey, Guerrero,
Oficiante,
y Padre siempre.

Quién
-como si mandase-
sirve una copa?

 

 

 

JOSÉ GOROSTIZA


  

Espejo no: marca luminosa...

 

Espejo no: marca luminosa,
marca blanca.

Conforme en todo al movimiento
con que respira el agua

¡cómo se inflama en su delgada prisa
marea alta

y alumbra -qué pureza de contornos,
qué piel de flor- la distancia,

desnuda ya de peso,
ya de eminente claridad helada!

Conforme en todo a la molicie
con que reposa el agua,

¡cómo se vuelve hondura, hondura,
marea baja,

y más cristal que luz, más ojo,
intenta una mirada

en la que -espectros de color- las formas,
las claras, bellas, mal heridas, sangran!

 

JOSÉ LEZAMA LIMA


 

Esperar la ausencia

 

Estar en la noche
esperando una visita,
o no esperando nada
y ver cómo el sillón lentamente
va avanzando hasta alejarse de la lámpara.

Sentirse más adherido a la madera
mientras el movimiento del sillón
va inquietando los huesos escondidos,
como si quisiéramos que no fueran vistos
por aquellos que van a llegar.

Los cigarros van reemplazando
los ojos de los que no van a llegar.

Colocamos el pañuelo
sobre el cenicero para que no se vea
el fondo de su cristal,
los dientes de sus bordes,
los colores que imitan sus dedos
sacudiendo la ausencia y la presencia
en las entrañas que van a ser sopladas.

La visita o la nada
cubiertas por el pañuelo,
como el llegar de la lluvia
para oídos lejanos,
saltan del cenicero,
preparando la eternidad
de sus pisadas o se organizan
inclinándose sobre un montón de hojas
que chisporrotean sobre el jarrón
de la abuela,
huyendo del cenicero.

 

FERNANDO PESSOA


 

Abdicación

 

Tómame, oh noche eterna, en tus
brazos y llámame hijo.

Yo soy un rey que
voluntariamente abandoné mi
trono de ensueños y cansancios.

Mi espada, pesada en brazos
flojos, a manos viriles
y calmas entregué;
y mi cetro y corona yo los dejé
en la antecámara, hechos pedazos.

Mi cota de malla, tan inútil,
mis espuelas, de un tintineo tan fútil,
las dejé por la fría escalinata.

Desvestí la realeza, cuerpo y alma,
y regresé a la noche antigua y serena
como el paisaje al morir el día.
 

Versión de F. Gutiérrez