Quai
d'Orleans
A Margaret Miller
Cada
barcaza por el río remolca sin esfuerzo una poderosa
estela,
inmensa hoja de roble de grises destellos sobre un gris más
opaco;
y detrás de ella flotan hojas verdaderas, descienden hacia el
mar.
Venas de azogue en las gigantes hojas, ondulaciones
avanzan
hacia el lado del muelle, se extinguen contra sus murallas,
suaves, como a su fin van las estrellas fugaces en algún
punto del cielo.
Y tropeles de hojas pequeñas, de hojas reales las persiguen
a la deriva
hasta perderse, humildes en el vestíbulo disolvente del mar.
De pie, inmovilizados como rocas miramos las hojas y las
ondas
mientras la luz sostiene con las nerviosas aguas una
entrevista.
“Si lo que vemos pudiera olvidarnos la mitad de lo que a sí
mismo se olvida
—quiero decirte— pero no podremos librarnos
en toda la vida del fósil de las hojas.
estela,
inmensa hoja de roble de grises destellos sobre un gris más
opaco;
y detrás de ella flotan hojas verdaderas, descienden hacia el
mar.
Venas de azogue en las gigantes hojas, ondulaciones
avanzan
hacia el lado del muelle, se extinguen contra sus murallas,
suaves, como a su fin van las estrellas fugaces en algún
punto del cielo.
Y tropeles de hojas pequeñas, de hojas reales las persiguen
a la deriva
hasta perderse, humildes en el vestíbulo disolvente del mar.
De pie, inmovilizados como rocas miramos las hojas y las
ondas
mientras la luz sostiene con las nerviosas aguas una
entrevista.
“Si lo que vemos pudiera olvidarnos la mitad de lo que a sí
mismo se olvida
—quiero decirte— pero no podremos librarnos
en toda la vida del fósil de las hojas.
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