jueves, 14 de enero de 2016

ADALBERTO GARCÍA LÓPEZ



  
Canción para ahuyentar el odio



I

Eso que me enerva la sangre
hasta dejarla toda odio y amarga,
que desata lo bestia que hay en mí
y procura los colmillos, las garras.
Eso, compañeros, amada, Corazón,
que ulcera los besos que doy
cada mañana cuando me levanto.
Lo duro de eso, que encabrona el alma,
que hace temblar de furia mis palabras
y lastima aun cuando no estoy solo.
Eso de aullido, de muro, de ceguera que arde,
va dejando las sombras, rompiendo la lámpara,
va tejiéndose enfrente de nosotros.



II

La furia que desbocan mis huesos,
las blasfemias que escupen mis ojos.
Quien ha visto a la amargura en sus rodillas
sabrá lo que duelen estas angustias
y las espinas de estas angustias.
Duele de verdad, duele muchísimo.
Bruno, con carbón dando filo a la cólera,
llevo las heridas a que sanen a fuerza de resentimiento.
Y aquello que permanece quieto,
en silencio, acallado, termina por incinerarse,
termina por ser canción, melodía de odio,
perfecta sinfonía de amargura.



III

Un escalofrío por mi cuerpo y un temblor sucede:
el recuento de los daños arroja
la mutilación de una extremidad,
sangre coagulada, pedazos de vida mía.
Me puebla, poco a poco desaparezco.
Apenas el viento es brisa,
consigue ahorcarme en un difunto grito.
Y uno aquí solo con goteras que soportar.
Tan solo, que la soledad se queda encerrada en un cajón.
Qué vergüenza, qué pena: ni morirse cubre el bochorno.



IV

¿Dije canción, melodía o perfecta sinfonía?
Aullido, alarido, se conglomera la rabia en mi garganta.
Acuso mala postura, desenfreno en mis movimientos.
Con hierro hirviendo dejen marca sobre mí,
dejen un áspero signo de abandono,
constancia y cartografía de aquello que hirió,
de todo aquello que, bajo el sol, terminó por cremar la vida.
Y es que en su flama están las huellas de mi nombre
azuzando mis brazos, mis puños.




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