Cante
hondo
El
amor envejece con el cuerpo.
Aunque
en la desnudez perfecto es siempre.
(Es
la carne. Es la espada.
Toda
fiesta bravísima donde nos reencontramos
uno
enfrente del otro
—con
la bestia).
Sabemos
lo que dura:
media
tarde, un insomnio, seis años
una
vida. ¿Cuánto podría durar hasta que no se agota?
(En
el amor los hombres se montan a otros hombres
les
hincan las espuelas, los jalan de la brida.
Y ya
después, cansados, sudorosos, les dejan en los belfos un bote de cebada.)
Es
por eso que quiero humedecer despacio la tierra de tu nuca
los
lentos girasoles de tu pecho
tu
vientre, tus rodillas, cualquier páramo en llamas donde habites.
Decir
ahogadamente cuánto te amo
—mis
brazos en tu cuello
horca de sal mis
manos—
y por
qué la razón de repetirlo.
(Uncidos
los caballos con un yugo
a la
par
sometidos
y sedientos
no
serán pieza fuerte del tablero
ni
quien enfrente al hombre con el toro.)
Que
no me falte el agua es lo que pido:
que
no me coma viva la sed que me atraganta.
El
amor dura el tiempo necesario
para
decir tu nombre y me respondas.
La
última consecuencia del olvido es el silencio.
La
forma más antigua de estar solo.
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