martes, 19 de julio de 2016

LUIS FELIPE VIVANCO




Corona firme



I

¿En qué brisa ligera mis sueños arrebatados comulgan con
                    la sombra encendida de tus ojos?
¿En qué dolor de pozo solitario el agua me acaricia como la palma silenciosa
                   que se humilla a tu figura?
¿En qué monte de aromas juveniles oigo palpitar tu sinrazón
como una verdad ajena a la perseverancia de mi vida.

Yo sé que en la mañana de fuego excesivo,
y en la tarde tranquila de chopos soñadores,
y en la noche brillante que atraviesa mis dudas
como una cierva ligerísima,
tú eres una sola flor que conserva en sus pétalos
el nevado principio de la piel más suave y más profunda,
todas las cosas son tu exigencia sencilla
y tus manos transparentan la precisión gozosa del mundo verdadero.
Y a mí, que siento y canto tu blancura pequeña y tu excelencia breve,
no me es posible otro gozo sino seguir inclinado sobre tus huellas.


II

Las montañas se levantan dispuestas a unir nuestros dos corazones,
la mañana dichosa es como el ambiente inefable de nuestras dos almas unidas,
pero yo no me atrevo a pedirte que me mires,
y no quiero suplicarte que reposen tus ojos sobre mi locura.

Sólo tu luz inaccesible me recoge
con su ligera claridad que rinde los ecos de mi angustia,
la angustia del hombre de la tierra
y de sus huesos duros que sufren por el ágil destino de los pájaros.

Pero en el dulce asilo de tu vigilia luminosa
mi infancia crece como una aurora en fiesta de rocío,
mi deseo se siente oprimido por el agua sonriente
y mi sorpresa se eleva como brote divino.

Oh ensueño feliz que me obligas a suspirar en esta soledad conmovida!
Oh brillo de ausencia que me conservas puro entre tus brazos luminosos!
Tú eres la sombra tierna en el regazo de los valles
y la dorada lumbre que perfecciona el viento en las espigas.

Y yo me lanzo hacia las estrellas porque después del resplandor de tus ojos
Sólo la transparencia de la noche puede albergar mi sangre enamorada,
que prefiriendo siempre tu claridad alegre
hace eterna mi vida en su gozo más hondo.


III

Muchos versos he escrito desde que tenía quince años
pero éstos que se encienden con tanta ilusión de puros amores
son un risueño escorial apartado, un residuo de pureza
que ha resistido al fuego de mi anhelo más íntimo.

Tú has suprimido la tristeza que brotaba debajo de mis pies solitarios,
tú me mantienes en una pura intensidad de nubes y de montañas,
y mi corazón es como un ala marchita
que recoge el temprano morir de su esperanza
sobre el tiempo seguro de tu unidad resplandeciente.

Por eso persevera mi asombro, y es mi vida nueva ,
y es mi luna romántica en su cuarto creciente de miradas fieles
que envuelven tu figura con tus propios encantos.
¡Qué dolor más alto me humilla a sus visiones!
¡Qué purísimo edificio levanto en tu blancura,
cuando toda mi sangre enajenada
es el claro sonido de mi voz que pronuncia tu nombre.


De "Tiempo de dolor" 1940


  

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