lunes, 1 de agosto de 2016

JOSÉ LANDA



  
La noche en la mirada de una sola mujer 



Tal vez porque los días transcurren desiguales
     y una rama no copia a la otra,
tal vez,
ningún aliento se despereza en el jardín de la viuda,
ningún sonido ajeno al de las aves que ya de por sí rondan
      el almendro solitario. 

Lo que otros dicen del placer hace zumbar los oídos
       de la viuda, serpentear como la ese del deseo por sus manos.
Su amante es el silencio de ciertas noches húmedas  de calor.
No hay nada que temer, es inocente a falsos
      testimonios  de dulceras hostiles
 y vaqueros ansiosos por tocarla,
 no romperá el candado de su fidelidad al más allá. 

Entra un “norte” en el pueblo y la gente se persigna,
el ventarrón golpea ventanas, puertas,
       corazones mudos de soledad,
invade los dominios de la calma en un afán por
         transformarlo  todo.
“Es el muerto –dicen– que viene a proteger a la viuda” 

Ni gorrión usurpador de horizontes,
ni chuparrosas compañero de las miradas vacías,
ni muchacho buscador de vírgenes a la sombra de los
       guásamos en el campo.
Es el deseo.
La fiebre humedece el pubis de la viuda, se asoma
      al jardín y luego reza padresnuestros,
 avesmarías con las manos abrasadas.
El ventarrón se cuela por la ventana abierta, desordena
      sus sentidos,
pero también se marcha. 

Tal vez porque no hay fuego sin orillas, ni gemir sin eco
      en una habitación oscura,
el silencio hará crecer un musgo todavía primaveral
      en la entrepierna de la viuda.  



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