Tríptico
de Santiago
I
Bajo los árboles entrelazados, una paloma. Cierta y gris.
En el Parque Forestal
cerca de la calle Monjitas
Lila y la mejor de las suertes
me confían este Infarto del alma
que leo sobre un banco.
No reconozco los humores de aquellos
que parecen desdoblar
sus gustos. O cambiar de frase en frase.
Sé que este libro
buscado por años
en su primera hoja dice:
“Te escribo.
¿Has visto mi rostro en alguno de tus sueños?”
Y eso basta.
Puede que nadie sea reconocible
pero aquí, entre las hojas,
se afianza una íntima paz.
II
Me gustaría hablar con alguien
alguien que se acerque
que se siente junto a mí en este banco del parque
y me hable
en un idioma amigo
sosegado
como esta paloma que abajito me mira
y me conversa.
III
A veces, ser otra es una buena costumbre.
Inmigrante en una misma.
Los ojos como si fueran nuevos.
La mano que aprieta levemente
lo ajeno en una mano propia.
La otra que anda por ahí
sola, abandonada de una.
Esa que
retirándose del sitio que le dio cobijo
junta las palmas, agradece
observa el espacio, memoriza
conserva la inmensa prontitud
su presencia
cuando la paloma se lanza hacia la copa
del árbol trenzado sobre su cabeza
y se va
abrigadísima de Dios.
A Diamela Eltit, su Presencia
Bajo los árboles entrelazados, una paloma. Cierta y gris.
En el Parque Forestal
cerca de la calle Monjitas
Lila y la mejor de las suertes
me confían este Infarto del alma
que leo sobre un banco.
No reconozco los humores de aquellos
que parecen desdoblar
sus gustos. O cambiar de frase en frase.
Sé que este libro
buscado por años
en su primera hoja dice:
“Te escribo.
¿Has visto mi rostro en alguno de tus sueños?”
Y eso basta.
Puede que nadie sea reconocible
pero aquí, entre las hojas,
se afianza una íntima paz.
II
Me gustaría hablar con alguien
alguien que se acerque
que se siente junto a mí en este banco del parque
y me hable
en un idioma amigo
sosegado
como esta paloma que abajito me mira
y me conversa.
III
A veces, ser otra es una buena costumbre.
Inmigrante en una misma.
Los ojos como si fueran nuevos.
La mano que aprieta levemente
lo ajeno en una mano propia.
La otra que anda por ahí
sola, abandonada de una.
Esa que
retirándose del sitio que le dio cobijo
junta las palmas, agradece
observa el espacio, memoriza
conserva la inmensa prontitud
su presencia
cuando la paloma se lanza hacia la copa
del árbol trenzado sobre su cabeza
y se va
abrigadísima de Dios.
A Diamela Eltit, su Presencia
De: “Bajo los ríos del cielo”
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