sábado, 29 de octubre de 2016

MARCELO DÍAZ




Tierra



Por el camino de tierra —te decía— la camioneta de mi padre
inicia la temporada de caza. Lejos del puerto
la vegetación nunca crece. Despacio
descarga el arma, calibra el instante y el cielo
se agrieta en dos agujeros que perforan el aire.
La liebre envuelta en llamas rueda de manera
que el dolor desaparece al apoyar su cabeza
en nuestros pies como cuidándonos de la intemperie.
La imagen pintada con la delicadeza
de un animal dócil doblándose en el viento.
¿Habremos venido a despedirnos en este safari de película
como si el resto de la realidad careciera de existencia?
Ya no recorreremos el camino descendente
de los carteles indicando la sucesión de kilómetros
paralelos a los cables de alta tensión. Se mira
la misma cosa por años como si el impulso de las especies
se hubiera detenido ante la trayectoria
de la familia de perdigones. Y cuando
se observa el cuadro a la distancia
se vuelve un fuerte aliado
para convertir nuestro desconsuelo
en una forma de cobardía igual a la dinámica
de aquellos roedores corriendo
en plena fuga sin saber qué dirección tomar.


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