El día de mi muerte
Todo
aquí es silencio…
No
suenan las campanas de la iglesia de mi pueblo
ni la
voz de mi madre indicando que la cena está lista.
Se ha
callado ese rumor de puertas
que
anunciaba tu entrada.
Ya
las cigarras no vendrán a despertarme
con
su estridente sonido,
ni el
frío me hará buscar tus brazos.
Aquí,
donde yace mi cuerpo sin vida,
extraño
el odioso ruido del reloj
y
comprendo por fin los gritos
que
traen la mejor noticia del día.
Ahora
que no estoy bajo la misma mañana
de
ojos paridos por la luz,
no
podré decirle gracias a las horas,
ya no
escucho sus voces.
Mi
corazón ya no late de este lado
donde
el tiempo no existe.
De: “La soledad de los espejos”
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