Este mi Dios tiene callos en los pies,
es un
apasionado de la música selecta
(¡cómo
ama los violines!)
y
tiene unas cuantas muelas rotas.
Ya os
estaréis dando cuenta de que mi Dios no es ningún superhombre.
Lo
adoré mucho tiempo
en
altares fastuosos,
en
templos misteriosos
perfumados
de incienso,
pero
mi Dios estaba caminando conmigo por las calles
tropezando
en las piedras
muerto
de hambre algunas veces
y
otras, ¡qué azul! columpiando de los árboles.
Le
alquilo mi corazón desde el comienzo,
y es
tan insólito este inquilino
que
por timidez no le cobro casi nunca.
Además,
a veces me paga adelantado.
Debo
reconocer que es un gran compañero;
lo
prefiero a todos los dioses verdaderos.
Y
tengo la ventaja
de
que morirá conmigo.
(O a
lo mejor me hace trampa y permanece vivo…)
Pero
no.
Aunque
desconcertante, siempre me ha sido fiel.
Cuando
más ha de decirme:
-¡Ven!
Yo conozco un sitio…-
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