jueves, 18 de mayo de 2017

MATILDE CASAZOLA





Este mi Dios tiene callos en los pies,
es un apasionado de la música selecta
(¡cómo ama los violines!)
y tiene unas cuantas muelas rotas.

Ya os estaréis dando cuenta de que mi Dios no es ningún superhombre.

Lo adoré mucho tiempo
en altares fastuosos,
en templos misteriosos
perfumados de incienso,

pero mi Dios estaba caminando conmigo por las calles
tropezando en las piedras
muerto de hambre algunas veces
y otras, ¡qué azul! columpiando de los árboles.

Le alquilo mi corazón desde el comienzo,
y es tan insólito este inquilino
que por timidez no le cobro casi nunca.
Además, a veces me paga adelantado.

Debo reconocer que es un gran compañero;
lo prefiero a todos los dioses verdaderos.

Y tengo la ventaja
de que morirá conmigo.
(O a lo mejor me hace trampa y permanece vivo…)

Pero no.
Aunque desconcertante, siempre me ha sido fiel.
Cuando más ha de decirme:
-¡Ven! Yo conozco un sitio…-




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