jueves, 1 de junio de 2017

SERGIO BADILLA




Décimo evangelio



Padre
te deseo la quietud de las horas apacibles
del sueño indestructible
aunque la muerte estremece el fundamento del origen y de la fábula.
Ha naufragado tu barco en la extensión del abismo más sombrío
en las mareas borrascosas, en el movimiento glacial del océano Pacífico
en una niebla.mañanera.
Cierro los párpados y al separar la densidad de las sombras te reconozco
tal vez con inocencia entre las oxidadas omisiones de la fantasía
únicamente estos verbos que enfrriaron tu éxodo.
No encuentro espacio para el dolor, sólo remanente de la reverberación de un pasado que no cierra la tristeza
Lejano ahora del rumor de la escena, del desaire y de la bienvenida a casa
después de un largo viaje a Brooklyng o al Golfo de Penas.
Qué vestigio de quijote silente, de tardía fama donde
la quietud atrapa y desfigura el esqueleto distanciado del aire salobre.
Estás cautivo en un domo y sin embargo duermes.
Olvido los afectos flemáticos y los veranos viajando en tren a la campiña de Yungay o del Itata
hendiendo el amanecer con su cegado frío.
¿Cómo no exhumar de su encierro el capote marinero y la cabellera enfrentada a un ventarrón en un mar encabritado en Tierra del Fuego?
No obstante suelo percibir en sueño los latidos de tu pecho, tu sangre que discurre reposada y cálida en mis oídos de impúber.
Te cuento padre
para concluir esta epístola
que esta madrugada he advertido la matriz del agua en
el arrecife de magnos oleajes
donde no hay gaviotas ni alcatrces
y el tiempo detiene el curso de la vida en.la oscura
profundidad.de un mar ignoto




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