Delitos menores
Los
recuerdo perfectamente bien.
Con
nombres y apellidos.
Robaban
y venían a mí como a una diosa
con
las mochilas llenas de cosas inútiles:
felpudos
que decían Welcome
pero
se ataban a los muros con cadena.
Faroles
como animales eléctricos
a la
intemperie.
Enanos
de yeso y toda esa porquería
de
“somos una familia feliz”.
“No
pasarán”,
rayábamos
en la entrada de nuestras casas
y
reíamos encantados, convencidos de algo.
No sé
bien de qué.
Dicen
que la verdad limita con la mentira.
Dicen
que igual hace lo suyo mientras puede.
Por
mi parte, miraba al cielo y languidecía,
pensaba
en la inteligencia que
—aunque
no se notara a simple vista—
contenía
en sí mismo todo aquello.
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