martes, 29 de agosto de 2017

DANIEL ULLOA



  
Poema en fuga



I

—¡Contestame cabrón!— gritó Aurelia.
Continué tomando mi café a sorbos pequeños,
estaba casi frío y la redondez de la taza
con la oscuridad de la bebida
me hicieron sentir como en un túnel,
desde donde alguien me susurraba:
—¿Ishmael, por qué no te has muerto?

Esos lapsus de ausencia en los momentos claves
no me eran extraños,
mi existencia se perdía en divagaciones
y recuerdos de infancia,
donde me experimentaba
como alguien ajeno a los demás,
como una ilusión óptica de mí mismo,
haciéndome comprender con exactitud
lo leve y frívolo del ser.

Aurelia quedó en silencio
colgada de su pregunta
y yo cada vez más ausente,
interpretando el fondo de mi nada,
encogiendo mi sombra
hasta la eterna dimensión de lo infinito,
hasta ese valor insustancial
de la palabra alma:

Yo, Ishmael “El cabrón”
soy un hombre,
porque me arrojaron a este mundo
no pudiendo elegir ser otra cosa.


II

Aurelia podría encontrar mis huellas
tras los puentes que crucé,
anhelando alcanzar las notas y el tono del mar en mis versos,
como única excusa para mi voz,
sin embargo sería pedirle demasiado.

Nací un día de Junio, a mitad del año,
y vine al mundo para ser bueno
y sucedió que
(en el transcurso de la vida)
hubo días nublados,
mordiscos de serpientes
y mujeres bellas.

La noche ha ido minando
mis cultivos de hierba buena
y nadie tendrá el coraje
de confirmarle a ella lo malo que fui,
cuando dediqué tiempo
para esconder cristales en la arena,
para que sangrara al caer la tarde,
al caer la tarde como yo.
Para que sangrara al mirar mi viejo retrato
ante el umbral de la adolescencia,
cuando tuve que aceptar la vida
como dios que todo lo permite
y todo lo perdona.
Por ella me he arrancado las uñas
y enfoqué el punto más tenue
en la profundidad sedimentosa de mi ser.

Un día impreciso
vendrá la muerte
y me llevará a sembrar flores al campo,
a mí
que marchité
la buena voluntad de tantas personas
como Aurelia.


III

La poesía no me transfiere ningún poder,
la metáfora es una figura
que no me embruja;
sin embargo sé usarla
para hacer una ensalada de huesos
y alimentar a mi psiquiatra.

Yo escribo en este espacio y este tiempo
al que estoy limitado,
desde el suelo donde mis pies se posan,
y recuerdo con la memoria
que en mi cráneo olvida
detalles, sin importancia,
de mi historia personal:

Soy como aquella higuera en el patio de mi casa
cuando era niño
y ella
una higuera.

Soy la tristeza de ese niño que escribe estos versos
veinticuatro años después,
vulnerable a la voz de todo mar,
vulnerable a todo paisaje lejano y gris.

Cansado
desciendo por toboganes
y un vértigo espiritual me inmoviliza
y caigo de rodillas
extrañamente triste:

Y es
en estos instantes
(cuando los ángeles dan un paso fuera del abismo
y caen como lágrimas de pobre)
que las mesas de los bares aguardan
con sus mandíbulas abiertas
por hombres extrañamente sucios como yo.
De mis huesos se sostiene
este espíritu nocivo
desenfadado y loco.

Nadie descifró las sombras de la vida
como yo lo hice
y siento ganas de matarme
y sin embargo
continúo brindando
en nombre de ella.


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