La casa
Pasen, verán que soy una ruina. Por acá
anduvieron delicados pasos de niña y después pasos de varón. Ahora no hay
nadie, mi vejez se mantiene entre las columnas donde habitan gatos y
murciélagos. Quedan de mi opulencia los frescos del vestíbulo que hizo pintar
mi primer dueño, un caballero italiano que añoraba su tierra, la torre que
construyó uno de sus hijos, un soñador que imaginaba castillos y partidas de caza
y que se refugió en fantasmas enfermizos para sobrevivir al mundo de zarzas y
espinas de este lugar del mundo, quedan también los senderos del parque que fue
poético, sí, poético y que guarda aún numerosos secretos. Ahora las lluvias
interminables del verano roen mi cuerpo mientras me derrumbo y me oxido. Pero
abran las puertas y verán el más bello baile de disfraces y a la más hermosa
pareja de enamorados de la tierra, mientras leen un libro extraño con letras
góticas que narra la historia de otros enamorados como ellos que leen también
la historia de otros enamorados (La Divina Comedia, Canto V, Francesca y
Paolo). Y verán también a una niñita que desliza sus dedos por el teclado del
piano, a una muchedumbre con ojos asombrados y vestimentas con plumas, una
sonrisa y unos ojos incitadores y escucharán rumores y el tintineo de lozas y
cristales, verán tal vez el fuego de la chimenea y los objetos preciosos del
hogar.
Abran mi puerta que chillará como los gatos,
entren, contemplen la devastación minuciosa del tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario