martes, 8 de agosto de 2017

LILIANA BELLONE




La casa



Pasen, verán que soy una ruina. Por acá anduvieron delicados pasos de niña y después pasos de varón. Ahora no hay nadie, mi vejez se mantiene entre las columnas donde habitan gatos y murciélagos. Quedan de mi opulencia los frescos del vestíbulo que hizo pintar mi primer dueño, un caballero italiano que añoraba su tierra, la torre que construyó uno de sus hijos, un soñador que imaginaba castillos y partidas de caza y que se refugió en fantasmas enfermizos para sobrevivir al mundo de zarzas y espinas de este lugar del mundo, quedan también los senderos del parque que fue poético, sí, poético y que guarda aún numerosos secretos. Ahora las lluvias interminables del verano roen mi cuerpo mientras me derrumbo y me oxido. Pero abran las puertas y verán el más bello baile de disfraces y a la más hermosa pareja de enamorados de la tierra, mientras leen un libro extraño con letras góticas que narra la historia de otros enamorados como ellos que leen también la historia de otros enamorados (La Divina Comedia, Canto V, Francesca y Paolo). Y verán también a una niñita que desliza sus dedos por el teclado del piano, a una muchedumbre con ojos asombrados y vestimentas con plumas, una sonrisa y unos ojos incitadores y escucharán rumores y el tintineo de lozas y cristales, verán tal vez el fuego de la chimenea y los objetos preciosos del hogar. 
Abran mi puerta que chillará como los gatos, entren, contemplen la devastación minuciosa del tiempo.



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